Siempre que miraba la luna sentía algo especial. Algunas noches de verano solía sentarse en la terraza de su casa a mirarla.
Era entonces cuando brotaban aquellas maravillosas ideas de
su mente, era cuando sentía temblar sus manos de emoción sin causa aparente,
cuando corría a buscar su ipad para transcribir aquel aluvión de ideas que,
como si fuera una pequeña explosión brotaban de su mente.
A el le encantaban esas noches, era cuando creaba sus
mejores obras.
Porque cuando no estaba ella presente aparecian esas noches largas en las
cuales hervía su cabeza llena de pensamientos en la oscuridad, esas noches que
se le hacían tediosamente eternas.
El ya conocía los fantasmas de la oscuridad, esos viejos
conocidos que le hablaban todos a la vez y que intentaban cambiar la belleza por
soledad y amargura.
Siempre quiso viajar a la luna. Se imaginaba recorriéndola de la
mano de Tintin al que tanto leyó de joven, acompañado de Julio Verne que le
hizo visitarla unos años mas tarde y siempre acompañados de su desbordante imaginación.
Una imaginación que ahora le lleva a imaginar una y mil
historias verdaderas solo en su mente y durante ese rato en el cual se convierten
en una parte muy importante de el.
Pero siempre después de la noche llega el día. Sale el sol y
esos sueños dejan paso a una vida mil veces mas aburrida, en la que la realidad
se hace dueña y señora de esos sueños que hasta la noche no volverán.
Os estaré esperando, no tardéis….
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