Y vio reflejada su vida en ellos.
Julia llevaba una vida normal.
Tan normal que no se daba cuenta de ella. Todos los días la misma rutina, se
levantaba a las 7, una ducha y partía al trabajo. Dos autobuses y mucha
paciencia, llegaba a su oficina en la planta 18 y fichaba, un café y muchas
horas delante del ordenador.
A las cuatro la vuelta, una casa
desierta y varias camas por hacer, a ver si crecen estas petardas de una vez,
se repetía cada día. Un rato después llegaba Adolfo con las niñas, unos minutos
eternos aguantando sus batallitas y a hacer la cena y lavar la ropa.
Cada día igual.
Esa mañana tenía reconocimiento
médico de empresa, rellenó los papeles que aquella malhumorada recepcionista le
dio y para dentro. Enseguida supo que algo iba mal cuando le repitieron el
electro cuatro veces, el médico muy serio le dijo “le aconsejo que vaya con
esta nota al médico de cabecera, ayer mejor que hoy…”
Esa noche no durmió, no le dijo
nada a nadie, le entrego la nota a su médico y se cuajó, solo con ver su cara.
Como una flecha se levantó y llamó a la enfermera. Dos, tres segundos eternos
pasaron, al fin apareció otra vez.
Esto fue la semana pasada, desde
aquel día he aprendido a valorar cada minuto, cada segundo, cada voz y cada
suspiro. Lo cierto es que me di cuenta que mi vida había pasado desapercibida
por la rutina.
Hoy, después de salir del
hospital he intentado sobreponerme a la noticia, no he querido que me
acompañara nadie, es mi vida y este momento lo tengo que digerir yo, solo yo. Y
tengo que aprovechar cada instante que me queda a partir de ahora…