lunes, 25 de julio de 2016

La sonrisa de Sofía



Sofía era alegre.

Pero tenía desde pequeña una secreta frustración: todas las plantas que intentaba cuidar morían al poco tiempo. Probo con sol y con sombra, con mucha agua y con tierras resecas pero nada. Una tras otra todas las plantas se le secaban.

Al final tomo la decisión de no tener jamás ninguna planta. Pero las echaba de menos.

Un día le regalaron en su trabajo un kit. Intrigada lo abrió, dentro encontró una macetita, unos dados de algo como tierra y una bolsita con semillas. Parecían pipas.

Durante muchos días aquella lata presidio su mesa de despacho, cien, mil veces paso por su cabeza ponerse a ello y probar, pero en el fondo tenía miedo, miedo a que no surgiera, a que muriera después.

En aquella oficina empezaron a surgir mini macetas y poco a poco tallos y hojas que poco a poco se hacían grandes. Sofía las envidiaba, a veces se quedaba contemplando alguna de ellas como embobada, su mente volaba a circunstancias y momentos distintos hasta que en un suspiro despertaba.

Aquel viernes dio el paso. Cogió todo y se metió al baño. Allí monto su mini maceta. Con una ternura inusitada escondió las semillas entre aquella extraña y húmeda tierra. Después toda satisfecha la coloco delante de la ventana que tenía al lado de su mesa.

Durante todo el fin de semana ni recordó aquella maceta pero allí estaba cuando el lunes entro en la oficina. Se acercó y ohhh sorpresa, un pequeño tallo asomaba de la tierra con una cascara de pipa a su cabeza.

En unos instantes la cogió, miro, toco, suspiro, regó y no sé cuántas cosas más, estaba emocionada. Así durante los siguientes días un grupo de pequeñas plantitas salieron y crecieron. Sofía pensó en que aquella maceta era pequeña.

Se fue a casa volviendo con una maceta y una pequeña bolsa de tierra de plantero.

Cogió con extrema ternura su tesoro y lo trasplanto.

Así pasaron los días, aquellos tallos se transformaron en ramas y la alegría que Sofía le transmitía se convirtio en dulzura.

Aquella tarde, no sin miedo, cogió su maceta y se la llevo. La coloco en el mejor lugar de su casa.

A veces se sorprendía hablándole, se había convertido en su mejor amiga y confidente, en su mayor apoyo y alegría. Aquellas pipas habían conseguido lo imposible:


Alargar aún más la sonrisa de Sofía, la sonrisa de aquella maravillosa mujer…




viernes, 22 de julio de 2016

La música nos acariciaba




Aquella canción me recordaba mi juventud, tu aroma era maravilloso y así, tan apretada a ti solo quería sentirte rodear mi cuerpo y dejar hasta de respirar.

Nunca había sabido bailar por eso aquella noche sonreí al proponérmelo. ¿Yo, bailar? Jajaja te respondí, pero tú estabas decidido, sonreíste y tirándome de la mano entramos en aquel local.

Por cómo te trataron supe que eras uno de esos clientes asiduos, incluso note alguna mirada cómplice entre aquel camarero bajito y tú.

Lo cierto es que como siempre estoy enganchada a la música esa nueva faceta me resultaba a la vez emocionante y terrible.

Buscaste una mesita al lado de la pista y empezaste a narrarme pasos y movimientos. Por el brillo de tus ojos entendí que aquellos pasos eran para ti algo más que una pasión, eran una parte muy importante de tu vida.

Tú ya sabias, te lo dije hace un tiempo, que cuando contemplaba tus ojos me olvidaba de todo lo demás, y que desde aquel día en el que nos besamos estar juntos era algo más que una necesidad.

También te dije que te acompañaría desde la libertad que nos prometimos mutuamente. Me contestaste que un susurro a veces obliga más que un grito, dando gala de esa ternura y esa sensibilidad que siempre te acompañaba.

Tú me repetías que no querías red en el amor, que preferías caer y volver a empezar 100 veces a vivir una vida anodina e insulsa, y lo decías con una ternura y una sencillez que me desarmaba una y otra vez.

Pero esa noche veía un brillo en tus ojos que no había apreciado nunca.

¿Te atreves?, me preguntaste feliz, vamos, te respondí.


Empuje tu silla de ruedas y salimos a la pista…



miércoles, 20 de julio de 2016

Vi el anuncio al regresar del trabajo




Decía: Videoclub La Roseta, este martes Vacaciones en Roma. Así de simple, así de sencillo. Lo cierto es que para una persona como yo que adora el cine con el título me sobraba. 

Mi mente inmediatamente voló a la Roma que visitaba Ana (Audrey Hepburn), esa joven princesa en busca de una vida distinta. Por un momento desee ser Joe (Gregory Peck) y sumergirme en esa historia maravillosa de amor. 

Pero lo que verdaderamente me llamo la atención es el anuncio. Ni un teléfono ni una dirección. Me quede intrigado. 

Desde allí hasta que entre en casa mi mente combinaba cientos de incógnitas y posibilidades, buscaba una razón y a la vez sonreía, espero que no hayan sido tan torpes, me decía. Encendí mi ordenador y busque en San Google “videoclub la roseta y mi ciudad” al momento miles de posibilidades se abrieron ante mí. 

Comencé a entrar una por una, había comentarios que me desconcertaban pero el nexo común era una persona y el estilo de las películas. No me lo pensé dos veces cogí el teléfono y llame al contacto. 

Una sensual voz me atendió al otro lado, Hola, dije. Sé por qué llamas, respondió. 

A partir de aquí una inusual conversación rodeada de intriga y de misterio que cada vez me atraía más. Para una persona como yo de costumbres fijas y movimientos predefinidos esta aventura excitaba sobremanera mi mente. 

Quedamos en vernos al día siguiente ya que me tenía que evaluar antes de hacerme partícipe de la dirección del club. Durante todo el resto del día y de la noche no me pude quitar de la cabeza aquella conversación. 

Al día siguiente acudí a la cita. Habíamos quedado en el Café París a las 7 de la tarde. Unos minutos antes entre en el local y me senté en una silla al lado de la ventana. Espere un buen rato pero nadie acudió. Cuando ya estaba en la puerta para marcharme sonó mi móvil. Era ella. 

Solo una palabra: Espera, me dijo. Me volví a sentar y espere. 

Unos minutos más tarde entró en el bar una anciana. Miro alrededor y se acercó a mí. Antes que pudiera levantarme ella estaba sentada a mi lado. Pídeme un café, me ordenó. Le obedecí. 

Tengo fama de mal carácter pero aquella persona producía un efecto extraño en mí. La observe, ella no levantó los ojos, solo dijo sígueme ¿y el café? respondí. ¡¡sígueme!! me ordenó. 

Me acerque a la barra, deje un billete de cinco euros y salí corriendo detrás de ella. Al volver la esquina se descubrió, la imagen cambió. Aquella anciana encorvada y oscura resultó ser una mujer madura con un espectacular atractivo físico. 

No podemos dejar pistas me dijo, lo más importante de nuestro club es el anonimato. Hoy lo vas a conocer, solo quiero advertirte que somos muy pocos miembros. Pensé que tenía al lado una persona que había perdido el juicio, hasta estuve a punto de soltar una carcajada, pero decidí seguirla. 

Llegamos a un lúgubre patio y me pidió que subiera al primer piso, así lo hice.

Solo había una puerta por lo que la abrí y entre. No había nadie. Pensé que me habían tomado el pelo pero cuando me daba la vuelta para marcharse una puerta se abrió, me acerque, estaba completamente a oscuras. 

La habitación se iluminó, allí estaban todos, mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo. 

Sorprendido retrocedi hasta chocar con mi anfitriona.


Feliz cumpleaños me dijo y entonces lo recordé.



 Hoy era 14 de marzo.