domingo, 31 de enero de 2016

III - La conversación




A veces he pensado en los hechos que han propiciado los grandes cambios en mi vida. Aquella conversación fue uno de ellos.

Cuando salimos de la taberna José se tapo. Al ver mi extrañeza me dijo –sígueme y hablamos – Un par de calles mas allá nos esperaba un coche de rúa. Montamos y José se descubrió. Subió la luz y pude apreciar otra vez sus rasgos, solo entonces comprendí como lo eche de menos.

Sin una pizca de rubor nos abrazamos, - como te eche de menos – le dije, - ante todo tienes que disculparme – respondió – lo comprenderás enseguida -

Lo cierto es que sentí que el tiempo no había pasado, aquella figura que antaño había admirado era en este momento mi único nexo de unión con la vida. Sentí como la tranquilidad se apoderaba de mi.

Martin, me dijo, la vida es muy complicada, tu lo sabes bien., déjame decirte… lo corte, no, no quiero saber nada, lo importante es que estemos aquí le respondí, aun así, me dijo, escúchame.

No te voy a hablar de mi pasado, pasado esta, pero si quiero hablarte de futuro. Lo cierto es que tenia ganas de escucharlo otra vez, recordé sus palabras en el refectorio y la inmensa admiración que sentía por el. Cuéntame algo de tus momentos recientes, me sorprendí mucho al saber que habías salido del convento, cuéntame.

En unos minutos le explique mi corta vida, note que su mirada y sus gestos se endurecían a cada instante, pero no podía abandonar. Le conté con pelos y señales todos los últimos acontecimientos, el callaba, pero notaba cambios en su expresión y su mirada.

Cuando acabe quedamos en silencio. Después de un largo rato me dijo otra vez – ahora entenderás, vamos a llegar a mi casa -.

Minutos después, se hicieron eternos por el largo silencio, paro la carroza. Se tapó y me dijo –ven – sin dudarlo le obedecí. Subimos unas pocas escaleras y entramos en una estancia terriblemente escueta.

José se quitó la capa y el sombrero, saco una botella y dos sucios vasos. Me acerco unos papeles y me ordeno léelos. Durante unos minutos me concentre en una sentencia por la cual se le quitaban todos sus bienes a José Montpelier de Juanes, grande de España. La razón era ser afrancesado y estar condenado por dos crímenes. Pero lo que realmente me dejo sin palabras era la firma. Dos, tres veces la leí, era mi hermano Justo.

Había sido incapaz de averiguar nada de ellos y el destino me llevaba a través de mi mejor amigo. No lo podía creer. El silencio se apodero de mí. José bebía de uno de los vasos.

Es mi hermano, le respondí. Si, dijo apurando su vaso, no me lo podía creer, me dijo. Cuando me entere que habías salido del convento te busque, lo cierto es que me fue difícil, pero al fin aquí estas.

Que quieres que haga, le pregunte. Nada por ahora, me respondió. Hay que pensar muy bien lo que hacemos.


Continuara....

miércoles, 27 de enero de 2016

II - El hermano José



Su nacimiento causo gran expectación. Era el tercer hijo del Marques de Lacambra y en él había depositado su padre todas las esperanzas de tener por fin un hijo varón. 

Desde muy pequeño su padre lo oriento a las armas, él había conseguido el marquesado a raíz del transporte y de la explotación de mercancias halladas en el nuevo mundo y quería que su hijo no sufriera los desprecios que él, aunque veladamente o a sus espaldas, tenía que soportar del resto de hidalgos.

Pronto dio muestras de un talento especial para estar presente en todos los líos que pudiera haber a su alrededor. Su dominio de las armas junto con su bella figura le hacían protagonizar la mitad de los duelos de la corte de Sevilla. 

Pero hagamos una pausa porque quiero haceros un boceto de su familia. Su padre, como ya os he dicho antes, tenía una empresa en Sevilla que fletaba portes marítimos. Al principio solo trabajaba en viajes de cabotaje principalmente con Portugal pero un día decidió aventurarse y fleto una nave con destino a Nueva España. La idea era llevar a los nuevos territorios algunos víveres, correo y algún que otro aventurero que veía en esas tierras la forma de enriquecerse rápidamente. La vuelta traería plata, cacao, tabaco y algodón.

Contrato una carabela de 60 m de nombre "Suerte" y realizo el primer viaje. Fue todo un éxito. Su olfato para los negocios le enseño que el verdadero negocio no estaba en la plata ya que los barcos que la transportaban empezaban a sufrir los primeros ataques de los corsarios ingleses. Además la incipiente industria textil catalana cada vez necesitaba más algodón. 

Varios años después manejaba una flota de 21 naves y era una de las personas más influyentes del Consejo de Indias. En unos pocos años, pobre España, le nombraron Marques de Lacambra. Lo cierto es que aquel marquesado además de muchos ducados le costó muchos quebraderos de cabeza.

Su madre era una sencilla mujer a la que se le atraganto un poco los progresos de su esposo. Lo cierto es que hubiera preferido que no diese el salto al nuevo mundo y haberse quedado en la posición acomodada que tenían entonces.

Sentía por sus hijos una devoción que rayaba la enfermedad y a ellos dedicaba prácticamente todas las horas del día. 

Conforme José se hacía mayor se adivinaban en el unas actitudes excepcionales. Lo que más preocupaba a su padre era el poco interés que tenía por la empresa familiar. Siempre estaba metido en líos de los cuales cuando no salía airoso estaba su padre detrás para remediarlo.

Poco a poco fue distanciándose de la familia pasando temporadas fuera de casa, muchas veces su padre pensó en echarlo de casa pero su madre lo convencía de no hacerlo. 

Un día vino un alguacil a casa preguntando por él. Su padre intento averiguar qué había pasado sin resultados por lo que echó mano de sus amigos. José había sido sorprendido en un duelo por la cuadrilla de los alguaciles y en la disputa había matado a uno de ellos dejando a un segundo herido de gravedad. La justicia lo buscaba.

El Marques busco, intercedió, compro hasta conseguir encontrarlo. Estaba demacrado y parecía un fantasma de lo que fue, allí estaba sin saber qué hacer, su padre lo interno en un convento hasta que pasara el escándalo. 

El prior era conocido suyo, eso y ayudado por una fuerte suma de ducados sirvió para comprar su silencio y su indulgencia por una larga temporada. José, le dijo su padre, aquí estarás a salvo hasta que las aguas se calmen. Intenta enderezar tu vida, yo te avisare cuando puedas salir, fueron sus últimas palabras.

José, ayudado por las circunstancias, cambio. Dejo de ser aquella persona que iba de cama en cama, de duelo en duelo, para ser un joven que aprovechaba todas las horas posibles para leer y estudiar.


Continuara....


martes, 26 de enero de 2016

I - La habitación estaba vacía.



Aún recuerdo mi niñez es este palacio. Mi padre que entonces ocupaba la plaza de secretario en la corte tenía mucho interés en que sus nueve hijos estudiáramos. Yo, como el más pequeño de todos me llevaba parte del cariño de mis hermanas, que al no salir del palacio no podían depositarlo en amigos o novios. 

Mi madre era tan floja de salud como dura de carácter, algunas veces mi madrina, la condesa Luisa del Potro, le decía que era por culpa de tener tantos hijos, ella lo negaba enérgicamente posando su mirada en mi tía hasta que esta bajaba sumisamente la cabeza.

Un día mi padre se encerró en una habitación con mi madre. Cuando salieron ella lloraba, se acercó a mí y me dijo  - Martín, tu padre ha decidido que seas un santo - Yo no entendí si mi madre lloraba de pena o de alegría. Un santo, pensé en los cuadros que teníamos en mi casa y me pregunte cuando me saldría esa cosa que llevaban en la cabeza y si dolería mucho. 

Unos días después vinieron unos señores vestidos  con faldas negras. Se empeñaron en hablarme como si fuera tonto. No entendía nada. Mi padre me dijo que me iría con ellos. Mi madre solo apareció un momento, estaba demacrada y tenía los ojos rojos, me beso y abrazándome muy fuerte me dijo que me quería con todo el alma. 

No la vi más. 

Mis primeros años en aquel convento fueron penosas, si no hubiera sido por el hermano José no sé lo que hubiera hecho. El me trato con cariño y me tomo como protegido. Recuerdo las largas charlas que teníamos en el reflectorio, sus consejos y su voz. El me enseñó a ver lo que se esconde detrás de las cosas más sencillas, a valorar el silencio y me descubrió la forma de pensar en libertad, lo cierto es que le debo casi todo lo que soy. Poco a poco nos hicimos inseparables hasta que aquella mañana desapareció. 

Me dijeron que era hijo de un grande de España y que su padre lo había reclamado, no me lo creí, se hubiera despedido de mí. A partir de aquel día mi vida se complicó. Yo era el foco de muchas disputas, lo cierto es que no entendía las luchas que existían entre aquellos “hombres de fe” como a ellos les gustaba que los llamaran. 

Años después entendí que lo que había detrás eran los dineros que mi padre enviaba para mi manutención. 

Cuando cumplí veintisiete años comprendí que aquella vida no era para mí. Intente ponerme en contacto con mi padre y después de grandes esfuerzos lo conseguí. Vino a verme transformado en un anciano al que le faltaba el aire, lo cierto es que no tenía nada que ver con aquel padre que me interno aquí. Le expresé mi deseo de salir y me intento convencer para que lo reconsiderara.

Quedamos en darnos un plazo de tres meses para tomar una decisión. 

Unos días después vino a verme el padre superior. Me dijo que mi padre estaba muriendo. Le comunique mi deseo de ir a verlo pero él se negó, fue una violenta discusión en la que casi llegamos a las manos. Al final cedió y me dejo salir. Lo encontré en su lecho de muerte. 

Me preguntó por mi decisión y le explique que había decidido marcharme. Después de un largo silencio llamo a su secretario. Le dijo que enviara una cantidad de dinero al convento a condición de que marchara de allí. 

Me apretó la mano y expiro. 

Volví roto al convento, mi madre había fallecido anteriormente y aunque mi padre ordeno que me lo comunicaran no fue así. En un mismo momento había perdido los alientos de mi padre y de mi madre. Me encerré en mi celda y no salí. 

Unos meses después me llamo el padre superior, me dijo que debía esperar un tiempo pero yo me negué. Por segunda vez cedió y me dejo marchar. 

Cuando regrese a Palacio encontré una imagen dantesca. Muerto mi padre estaba todo abandonado, pregunte por mis hermanos y decidí quedarme a vivir en aquella casa. Mi situación era comprometida, había salido del convento con mi ropa solamente y no tenía ni la menor idea de cómo proseguir con mi vida.

Solo disponía de un apellido y de unas manos. 

Durante un tiempo me dedique a trabajar donde podía, trabajos pesados que me ayudaban a dormir por las noches gracias al cansancio que producían. Poco a poco me fueron abandonando todos los sirvientes que quedaban en mi casa. Yo no podía afrontar sus gastos y tanto mis hermanos como la fortuna de mi padre habían desaparecido. 

Una noche al volver a palacio encontré una carta. En ella me emplazaba a estar en una taberna del pueblo el día siguiente a las 11 de la mañana. No decía nada más. Estuve dándole vueltas si ir o no. Al final decidí que iría. 

Allí estaba en la taberna a la hora indicada. Pasados unos minutos entro una figura envuelta en una capa que me fue familiar. Se sentó a mi lado y se descubrió. 

Mi sorpresa fue mayúscula, ante mi apareció el que fue el hermano José. Sonrió y me dijo que saliéramos. Me explico que unos días antes se había enterado de mi presencia en el palacio y quería verme. Nos pusimos al corriente de estos últimos años de nuestras vidas. Me explicó que tuvo que huir del convento y de cómo lo sacaron sin poder ni despedirse de mí, su historia era rocambolesca.



Continuara….



jueves, 21 de enero de 2016

Todas las mañanas me miro al espejo.




Mis ojos encuentran un pelo canoso, unos ojos cansados y una mirada perversa.

Unas canas que me recuerdan una vida cargada de emociones, de recuerdos y de personas. 

En ese momento pienso en los años transcurridos, en las lágrimas inexistentes y derramadas, en las sonrisas halladas y perdidas. Me asaltan todas esas fantasías que están almacenadas en un rincón de mi mente llamado “sueños” que nunca llegaron a realizarse.

A través de esos ojos he contemplado la belleza, la frescura y la timidez, la angustia, el miedo y el terror. Son la ventana que tiene mi corazón, la forma de expresar la dulzura, la alegría o la tristeza. 

Mi ventana a tu mundo. 

Y esa mirada es el reflejo de una persona que se resiste con uñas y dientes a dejarse poseer por el paso de los años, que siente como su corazón y su mente atraviesan los mejores momentos de su vida, y en la que a pesar de todos los triunfos y fracasos no cambiaría ninguno de esos momentos, de esas decisiones tomadas, de todas y sobretodo ninguna de una de esas personas que han compartido una vida y unos sueños.

Hoy tornado en una opaca sonrisa, desearía que la felicidad fuera un bien infinito que pudiera repartirse con una mirada, con un deseo, que la alegría fuera una condición indispensable para sentir, para estar vivo. 

Esa mirada perversa de por las mañanas sabe que, un día más, luchare por ser y hacer felices a los demás, porque la alegría y la dulzura este presente a cada instante y porque ese maravilloso cielo azul no nos abandone nunca.

Y aunque sea un poquito tarde os deseo un feliz año


Por cierto hoy hace un frío pero maravilloso día.