martes, 28 de febrero de 2017

LA TRISTEZA



Hoy quiero mostraros un cuento de Rosario Barros Peña que me ha impresionado. A mí me parece maravilloso:



El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche.

Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles.

La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas.

El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor.






lunes, 20 de febrero de 2017

Cadena de favores



Salió pronto de casa. Cada día se le hacía más costoso levantarse para ir al trabajo y sabia porque.

Aquella mañana al mirarse al espejo había observado sus ojos, rodeados de unas inmensas ojeras parecían dos tímidos farolillos que asomaban entre en mar de carne. Algo en ellos le llamaron la atención, no los recordaba así.

Mientras la máquina de afeitar recorría su cara no podía dejar de mirarlos. Poco a poco acerco su cara al espejo.

El vagón del metro vibraba a cada instante. A veces le costaba mantenerse en pie, frente a él observo una chica joven que movía los labios, con su pelo en cresta y su cara maquillada en colores oscuros, dibujaba la música con su boca.

A su lado una anciana con su carro de la compra, no entiendo – pensó – como puede alguien levantarse a esta hora para ir a comprar. Se oyó el nombre de su estación y maquinalmente se acercó a la puerta, día tras día Tomas hacia el mismo recorrido, ni una sonrisa, ni una palabra, siempre era así.

Hoy le esperaban en la oficina, no era habitual tener reuniones a una hora tan temprana pero hoy seria especial. Nada más entrar la secretaria de la planta le indico que llamara a su jefe de departamento. Un escalofrió recorrió su espalda, eran muy contadas ocasiones las que hablaba con él y siempre era para corregir sus actuaciones ¿Qué abre hecho mal? – se preguntó - .

Sr Joaquín ¿quería hablar conmigo? – Le pregunto – si Tomas, le respondió, suba usted a hablar conmigo a las nueve. Nada más y colgó.

Muchas veces había pensado en cambiar de empresa, pero al final no se había atrevido a dar el paso, mi salud peligra aquí, pensaba, y aun así todas las mañanas a las ocho estaba allí como un clavo.

¿Qué coño querrá? Encima esperar una hora para saberlo, miro en su ordenador los últimos informes y los repaso, no había errores, entonces ¿Por qué me ha citado? Durante los próximos minutos Tomas repaso sus actividades de los últimos días no encontrando nada anormal.

Cinco minutos antes de la hora indicada entro al baño y se lavó la cara, volvió a ver esos ojos pequeños, pero ahora le parecieron tristes, muy tristes que ahora le interrogaban a través del espejo, ¿Qué habrás hecho para hacernos subir?

Subió por la escalera, sus manos sudaban y las acaricio con el pañuelo antes de entrar. Aspiro aire y llamo a la puerta.

Dentro había tres personas, las saludo cortésmente y su jefe le indico que se sentara. Por un momento pensó en dar media vuelta y salir corriendo pero dudo que sus piernas le acompañaran. Se sentó en un lado de la mesa y frente a él se fueron acomodando los otros tres protagonistas.

Unos comentarios sobre el tiempo y le fueron presentadas, temió lo peor, la directora de recursos humanos en persona y otra persona de organización, empezó a temblar. Tomas, le dijo su jefe, últimamente te he seguido muy de cerca y estoy muy satisfecho con tu trabajo, poco a poco bajo su ritmo de respiración. Vamos a realizar cambios en la empresa y hemos pensado en ti.

Le entro una especie de euforia, han pensado en mí, sus facciones se tensaron, una a una miraba a las tres personas que tenía enfrente y le sonreían, poco a poco reacciono mientras su jefe le explicaba los cambios que se realizarían. ¿Te queda poco para la jubilación? Le pregunto la jefa de personal, si, le respondió. 

Ella lo sabía perfectamente ¿Por qué lo preguntaba? Eres, continuo diciendo, el candidato perfecto.

¿Pero a qué? Se preguntó Tomas, no hacían más que darle vueltas. Tenemos que pedirte un favor, dijo su jefe. Necesitamos una persona de confianza, alguien como tú, en la que confíen sus compañeros para llevar a cabo esta organización.

Hubo un largo silencio, no comprendía nada ¿Qué querían decir?  En un momento le explicaron el plan, Tomas ocuparía durante unos meses un cargo que le permitiría hacerse cargo de las bajas necesarias en la empresa, después se jubilaría con una abultada compensación.


Tomas recordó aquellos ojos que contemplo por la mañana…