martes, 26 de enero de 2016

I - La habitación estaba vacía.



Aún recuerdo mi niñez es este palacio. Mi padre que entonces ocupaba la plaza de secretario en la corte tenía mucho interés en que sus nueve hijos estudiáramos. Yo, como el más pequeño de todos me llevaba parte del cariño de mis hermanas, que al no salir del palacio no podían depositarlo en amigos o novios. 

Mi madre era tan floja de salud como dura de carácter, algunas veces mi madrina, la condesa Luisa del Potro, le decía que era por culpa de tener tantos hijos, ella lo negaba enérgicamente posando su mirada en mi tía hasta que esta bajaba sumisamente la cabeza.

Un día mi padre se encerró en una habitación con mi madre. Cuando salieron ella lloraba, se acercó a mí y me dijo  - Martín, tu padre ha decidido que seas un santo - Yo no entendí si mi madre lloraba de pena o de alegría. Un santo, pensé en los cuadros que teníamos en mi casa y me pregunte cuando me saldría esa cosa que llevaban en la cabeza y si dolería mucho. 

Unos días después vinieron unos señores vestidos  con faldas negras. Se empeñaron en hablarme como si fuera tonto. No entendía nada. Mi padre me dijo que me iría con ellos. Mi madre solo apareció un momento, estaba demacrada y tenía los ojos rojos, me beso y abrazándome muy fuerte me dijo que me quería con todo el alma. 

No la vi más. 

Mis primeros años en aquel convento fueron penosas, si no hubiera sido por el hermano José no sé lo que hubiera hecho. El me trato con cariño y me tomo como protegido. Recuerdo las largas charlas que teníamos en el reflectorio, sus consejos y su voz. El me enseñó a ver lo que se esconde detrás de las cosas más sencillas, a valorar el silencio y me descubrió la forma de pensar en libertad, lo cierto es que le debo casi todo lo que soy. Poco a poco nos hicimos inseparables hasta que aquella mañana desapareció. 

Me dijeron que era hijo de un grande de España y que su padre lo había reclamado, no me lo creí, se hubiera despedido de mí. A partir de aquel día mi vida se complicó. Yo era el foco de muchas disputas, lo cierto es que no entendía las luchas que existían entre aquellos “hombres de fe” como a ellos les gustaba que los llamaran. 

Años después entendí que lo que había detrás eran los dineros que mi padre enviaba para mi manutención. 

Cuando cumplí veintisiete años comprendí que aquella vida no era para mí. Intente ponerme en contacto con mi padre y después de grandes esfuerzos lo conseguí. Vino a verme transformado en un anciano al que le faltaba el aire, lo cierto es que no tenía nada que ver con aquel padre que me interno aquí. Le expresé mi deseo de salir y me intento convencer para que lo reconsiderara.

Quedamos en darnos un plazo de tres meses para tomar una decisión. 

Unos días después vino a verme el padre superior. Me dijo que mi padre estaba muriendo. Le comunique mi deseo de ir a verlo pero él se negó, fue una violenta discusión en la que casi llegamos a las manos. Al final cedió y me dejo salir. Lo encontré en su lecho de muerte. 

Me preguntó por mi decisión y le explique que había decidido marcharme. Después de un largo silencio llamo a su secretario. Le dijo que enviara una cantidad de dinero al convento a condición de que marchara de allí. 

Me apretó la mano y expiro. 

Volví roto al convento, mi madre había fallecido anteriormente y aunque mi padre ordeno que me lo comunicaran no fue así. En un mismo momento había perdido los alientos de mi padre y de mi madre. Me encerré en mi celda y no salí. 

Unos meses después me llamo el padre superior, me dijo que debía esperar un tiempo pero yo me negué. Por segunda vez cedió y me dejo marchar. 

Cuando regrese a Palacio encontré una imagen dantesca. Muerto mi padre estaba todo abandonado, pregunte por mis hermanos y decidí quedarme a vivir en aquella casa. Mi situación era comprometida, había salido del convento con mi ropa solamente y no tenía ni la menor idea de cómo proseguir con mi vida.

Solo disponía de un apellido y de unas manos. 

Durante un tiempo me dedique a trabajar donde podía, trabajos pesados que me ayudaban a dormir por las noches gracias al cansancio que producían. Poco a poco me fueron abandonando todos los sirvientes que quedaban en mi casa. Yo no podía afrontar sus gastos y tanto mis hermanos como la fortuna de mi padre habían desaparecido. 

Una noche al volver a palacio encontré una carta. En ella me emplazaba a estar en una taberna del pueblo el día siguiente a las 11 de la mañana. No decía nada más. Estuve dándole vueltas si ir o no. Al final decidí que iría. 

Allí estaba en la taberna a la hora indicada. Pasados unos minutos entro una figura envuelta en una capa que me fue familiar. Se sentó a mi lado y se descubrió. 

Mi sorpresa fue mayúscula, ante mi apareció el que fue el hermano José. Sonrió y me dijo que saliéramos. Me explico que unos días antes se había enterado de mi presencia en el palacio y quería verme. Nos pusimos al corriente de estos últimos años de nuestras vidas. Me explicó que tuvo que huir del convento y de cómo lo sacaron sin poder ni despedirse de mí, su historia era rocambolesca.



Continuara….



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