lunes, 4 de julio de 2016

Maldito torreón




1848

Manuel era un indiano. Con solo 13 años sus padres lo enviaron a Sudamérica con unos familiares lejanos. No sabía ni leer ni escribir, fue en aquel barco donde poco a poco comenzó una vida de desprecio y de amarguras. 

Pronto destaco como un ávido estratega y comerciante, tanto que al pasar la barrera de los 34 años tenía una inmensa fortuna. 

Una noche decidió volver a su tierra de origen. Busco una zona parecida a su tierra de adopción y se vino para España. Encima de un acantilado edifico un palacio desde el cual se dominaba además del pueblo toda la entrada al puerto y las playas. 

Lleno los jardines de árboles, flores y fuentes. Durante unos años un extenso prado se convirtió gracias al trabajo y al dinero invertido en un maravilloso rincón de selva perfectamente ordenada, maravillosamente decorada y estrictamente cuidada. En sus rincones podían encontrarse plantas y animales nunca vistos en estas tierras. 

Siguió desde ese vergel dirigiendo sus negocios, en particular el de su naviera para la cual tomó como base aquel pequeño puerto de su nueva morada. En poco tiempo cambió la faz de aquella población, un enorme puerto se construyó debajo de su casa y la población se multiplicó. 

Pasados unos años conoció a una muchacha del lugar de belleza etérea y misteriosa. Unos meses más tarde y a pesar de su diferencia de edad  contrajeron matrimonio. Elena, que así se llamaba, no tenía  casi familia y se volcó en hacer feliz cada momento de la vida de Manuel. 

Cada vez que se hacía a la mar para alguno de sus negocios al llegar la tarde vagaba por la orilla del acantilado esperando el regreso de su amado esposo. 

Manuel decidió entonces, además de minimizar las salidas, edificar al lado de casa un torreón para que su esposa pudiera esperar su regreso protegida de las inclemencias del tiempo y otros peligros. 

Poco a poco aquel palacio y su torreón entraron en la historia local, Elena casi no salía de casa. Cuando Manuel no estaba con ella se refugiaba en el torreón y era invadida por la tristeza y la melancolía. A pesar de toda la cantidad de sirvientes que tenía no dejaba entrar a ninguno allí. 

Una noche que Manuel estaba fuera vio por la ventana como el barco regresaba a puerto en medio de una gran tormenta. Como otras veces encendió las luces de la ventana. Fue siguiendo como se acercaba cernido por el viento entre olas hacia el puerto. Parecía un muñeco en manos del destino. Elena temblaba observando horrorizada aquella escena, viendo aquel juguete a merced del tiempo, del destino. 

De pronto impulsado por un cambio de viento se estrelló contra el arrecife. 

En ese momento sintió como la vida le abandonada, no quería entenderlo, se sumió en llanto y se derrumbó. 

Uno de los criados bajo al arrecife, la gente del pueblo se amontonaba a ayudar pero nadie, ni uno solo se había salvado. Corrió a informar a su señora. La escena fue terrible, aquellos ojos hinchados por el llanto casi no acertaba a ver, aquellos oídos saturados de dolor no le dejaban oír y su mente no quería creer.


Miro la ventana, quería reunirse con él y salto.  


Justo cuando llegaba al suelo lo vio. Bajando de un carruaje allí estaba él viéndola caer, viéndola morir.

Manuel al ver la tormenta que se preparaba no quiso hacer sufrir a su esposa y decidió venir en carruaje, el destino quiso que se retrasara solo lo necesario para estar allí en ese momento. 

Se encerró en el torreón. Todas las noches se oía su llanto desde la casa hasta que una noche cesó. Al amanecer encontraron su cuerpo yaciendo en el mismo lugar donde él encontró a su esposa.

 
Hoy nadie se acerca a aquella casa de noche. Los pocos audaces que se atreven narran historias de llantos y risas que salen del torreón y lo que desde el pueblo se puede ver es que todas las noches de tormenta una luz se enciende hasta el alba desde aquel torreón que fue construido para la felicidad de una persona y fue la causa de la muerte de dos.


 
Maldito torreón…


 

1 comentario:

  1. Cómo me ha impresionado, Rafa. Parece una leyenda antigua. Como siempre, es un placer leerte. Un abrazo

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