martes, 2 de febrero de 2016

IV - El silencio



Después de todos estos años pasados en el convento había comprendido el lenguaje del silencio. A otras personas les puede resultar violento pero tanto José como yo sabíamos disfrutar de él. 

Te tengo que explicar una etapa de mi vida que no conoces, dijo en voz baja mirándome a los ojos, yo entonces era joven y audaz. En aquellos años dedicaba mi vida a disfrutar de la posición de mi padre.

Disfrutaba cortejando a las damas sin importarme posición ni estado, cien veces fui advertido y alguna más desoí los consejos de los demás. Un día, de resultas de un marido despechado, me batí en duelo con él y con un grupo de guardias que nos sorprendieron. El resultado de la hazaña fue que mate al marido y a un guardia, dejando malherido a otro que no se si llego a recuperarse. 

Pero lo más cruel de esta historia empezó para mí aquel día. Abandonado y repudiado por todos mis anteriores amigos solo conseguí apoyo en mi familia. Cuantas veces llore amargamente de impotencia al ver el trato para conmigo de aquellos compañeros de aventuras. 

En unos meses fui enseñado de la verdadera razón del comportamiento humano.

Durante unos minutos vi a un José completamente distinto al que yo conocía, creí ver brotar las lágrimas de sus ojos y note quebrarse sus palabras. En su mano retorcía un vaso vacío que era el objeto de su mirada y de sus palabras. 

No me podía quitar de encima el recuerdo de la firma de mi hermano Justo. ¿Qué razón podía existir o era solamente una coincidencia?

Mañana parto hacia Portugal, me dijo José, voy a luchar con un amigo. Quiero que vengas conmigo. Me quede helado, jamás hubiera podido imaginarme empuñando un arma, sonreí. ¿Estás loco? Le respondí. Ven. Entró en su alcoba y me enseño un manuscrito de un tal Alfonso Lopez de Tejada, capitán al servicio del tercer duque de Alba (Fernando Alvarez de Toledo). En ella le reclamaba su asistencia a cambio de un pasado limpio. 

Ves, me dijo ¿qué hago yo allí si nunca he tenido en mi mano un arma? le pregunté. No te preocupes por eso, me contesto, iras bajo mi protección y yo te iniciare. No sabía que decirle, ciertamente allí no tenía nada que hacer, pero de eso a luchar…. Toma, me acerco un vaso. Su mirada había cambiado en un instante, de aquellos ojos sombríos, fúnebres diría yo que no quedaban nada.

Cogió su vaso y lo acabo de un trago. Sabía que vendrías, vamos a celebrarlo.

Me sentí poseído otra vez por su personalidad, lo cierto es que solo con su presencia me tranquilizaba. 

Visitaremos la taberna y después iremos a conseguir todo lo necesario, pareces un monje, estallo en sonrisas. Unos minutos después ya estábamos con otro vaso en las manos. José parecía otro, imagine a este hombre veinte años antes, corriendo por su Sevilla de lance en lance, no lo conseguí, para mí era el tutor, el padre que nunca existió y ahora sería mi compañero de fatigas….


Continuara....

  

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