miércoles, 4 de enero de 2023

Cada año bajaba a aquella playa


Una noche, daba igual cual, me escapaba después de la cena. Había hecho de esa rutina lo más importante de aquellos días de descanso veraniego en aquella ciudad.

Por el día la veía desde mi apartamento, es más la ignoraba a la hora de entrar en aquel mediterráneo que desde hacía muchos años ya era mi compañero y amigo, mi confidente y espejo de aquellas zozobras que inundaban mi alma.

Poco a poco me aleje de las luces del paseo, mis pies acariciaban la húmeda arena hasta llegar a las rocas. Allí siempre el mismo protocolo, dejar que mis ojos se acostumbraran y con los pies dentro del agua buscar una roca que me hiciera más cómoda mi estancia.

A partir de ahí todo era sencillo, cerrar mis ojos e imaginar esas olas que me golpeaban, era en aquel momento en el que mis pensamientos fluían a velocidad de vértigo hacia ese mar que me había adoptado como suyo.

Unos minutos más tarde sentí algo a mi lado, abrí los ojos y allí la vi, serena y hermosa, pero con unos ojos llorosos clavados en el mar. ¿Qué haces aquí? Le pregunte, no dijo nada, su mirada estaba tan perdida que dude incluso si me escuchaba. No podía apartar mis ojos de ella. Pensé que tendría frío, me quite la camisa y se la intente poner, pero con una de sus manos me aparto.

Seguí mirándola, intente adivinar desde cuando estaba ahí, en que momento había llegado e incluso le susurre lo bella que me parecía. Pero ni se inmuto, parecía una roca más, una parte integrante de aquella playa, de aquella noche.

Pasado cierto rato volví a mirar el mar, cerré los ojos y me pregunté en silencio que había cambiado esa noche, ese año, para que hubiera aparecido ella. De repente un suspiro, ven me dijo casi en silencio, acompáñame. Me cogió de su mano y entramos en el mar.



Fue mi último suspiro, mi último verano.