Todas las tardes volvía del trabajo por aquella calle. Recordaba
que tenía una gran actividad pero desde hacía unos años empezaron a cerrar
algunos comercios. La frenética actividad había dado
paso a una cierta imagen de desamparo y abandono.
Esa tarde la recorría sin prisa, después de un intenso día de
trabajo en la oficina quiso tomarse un tiempo antes de llegar a casa. Una casa
por cierto tristemente vacía.
Pasaba por delante de aquella puerta y la vio. Allí,
insertada en la cerradura una llave asomaba. Estaba adherida a un llavero con
forma de cruz, una enorme cruz. En ella serigrafiado ponía “Ego in finem vitae”
Unos periódicos oscurecidos por el sol tapaban los cristales. Saqué mi teléfono y con su luz intente observar con más detalle pero no fui capaz de hacerlo.
Perplejo así la llave y la gire empujando la puerta.
Me sorprendí por mi audacia y a la vez por mi poca cabeza, ¿Que se me había perdido a mi allí? Me asomé y alumbre con mi teléfono. Fue increíble, parecía que me había trasladado a otro mundo.
Era una sala inmensa llena de antiguo mobiliario. Si no hubiera sido porque estaba allí hubiera pensado que aquello era una broma. Di un par de pasos, hacia un frio helador que no se correspondía con la suave temperatura que había en la calle, será por estar cerrada, pensé.
Apague la luz y deje que mis ojos se acostumbran. Entraba una tenue luz por las ventanas que cada vez me pareció mayor. Avance hacia el fondo, de repente descubrí una puerta rodeada de una tenue franja de luz que variaba al ritmo de una vela.
Aunque mi razón me impulsaba a marcharme una maravillosa sensación me empujaba hacia aquella luz. Poco a poco avanzaba sintiendo mi corazón golpear cada vez con más fuerza mi pecho. Estaba a punto de llegar a ella cuando sentí que algo me tocaba el hombro, gire mi cabeza y…
Unos días más tarde al llegar los obreros a aquel local para comenzar unas obras se encontraron una macabra imagen. Un cuerpo yacía asido por el hombro con una de las estanterías. La expresión de sus ojos era de terror y tenía todos sus miembros completamente ajados. Puertas y ventanas estaban tapiadas por lo que no se explicaron por dónde había podido entrar.
La policía que acudió se quedó perpleja, otra cosa
inexplicable, murmuró uno de sus compañeros, desde que cerraron esta casa hace
unos años hemos tenido varios casos así.
Se metió las manos en los bolsillos y se marchó.
¡Pero qué bueno, Rafa! Me has dejado maravillada con esos cambios de perspectiva que van adentrándose en una atmósfera de misterio y suspense. Un abrazo y felidades
ResponderEliminarGracias Ana, tu siempre tan encantadora.
EliminarUn fuerte abrazo