jueves, 9 de junio de 2016

Se fueron a pescar




Desde muy jóvenes aquellos tres amigos habían encontrado en esas jornadas el nexo de unión necesario para consolidar una amistad que duraba ya muchos años. 

Eran tres personas muy distintas, ya en el colegio las diferencias eran notables, Ernesto era un líder nato, arrastraba al resto de compañeros casi sin darse cuenta. Juan Pablo era el más lógico de los tres y Pablo el gamberro del grupo.

Años más tarde la vida los había tratado de diferente manera, Ernesto había conseguido llegar a Jefe de compras de una conocida multinacional, estaba más horas en el avión que en casa, pero le daba igual ya que su matrimonio se había hecho pedazos años atrás y casi ni veía a sus hijos. 

Juan Pablo daba clases en la universidad. Tenía una cátedra en propiedad y tres profesores adjuntos. Cientos de artículos y tres libros avalaban sus conocimientos. Vivía con su esposa en una casita en las afueras rotos por el dolor desde la pérdida de su único hijo.

Pablo trabajaba en una empresa de reparto de paquetes. Era una persona jovial al que, a pesar de tener dificultades económicas, no le faltaba nunca una sonrisa ni una palabra de apoyo. 

Cada tres meses se juntaban un fin de semana y se marchaban a pescar.

Ernesto tenía una casa de madera al lado de un lago. Lo cierto es que si no estaban ellos tres la casa estaba siempre cerrada. Allí aprovechaban los largos ratos de espera en hablar de todo, de la vida, de sus circunstancias, de sus deseos…

Allí habían compartido la separación de Ernesto, el accidente de moto  que le costó la vida al hijo de Juan Pablo y los problemas económicos de Pablo. Al llegar a aquella casa eran tres personas con sus sentimientos, amores, miedos y pasiones. Se despojaban de sus títulos y poderes y volvían a ser esos tres adolescentes que se escapaban se sus casas para ir a pescar. 

Por las noches sacaban las botellas y brotaban las lágrimas, allí se mostraban las verdaderas personas. Ernesto se transformaba en un ser inseguro, incapaz de tomar cualquier decisión que le afectara en su vida y mostraba la terrible necesidad de una persona que lo apoyara y comprendiera. Allí sabía que si la encontrara sería capaz de abandonar aquel trabajo cruel que lo arrastraba de hotel en hotel, de mujeres vacías y de halagadores por interés.

Juan Pablo se derrumbaba. Habían hecho del bienestar de su hijo la única razón para vivir y con su trágica e inesperada muerte se habían hundido. Aunque no lo sabían la única razón para no quitarse la vida era dejar sola a su pareja. Varios años después aún no habían logrado superarlo. 

Pablo utilizaba esos días para intentar compartir los problemas de sus dos amigos. Aunque trabajaba muchas horas y era un trabajo pesado y tedioso se sentía feliz. Lástima de esos finales de mes en los que no le llegaba el dinero, pero desde que se levantaba hasta que se acostaba no paraba de sonreír, de contagiar a cualquiera que lo conociera esa vitalidad, esa energía que repartía por doquier.

En aquellas pocas horas le hacía imaginar a Ernesto y a Juan Pablo como podía ser su vida, intentaba contagiarles esa felicidad y vitalidad, incluso asumía como suyos unos problemas que no le correspondían. Era el responsable de la terapia necesaria para aguantar los próximos tres meses y aunque Ernesto siempre le asegura un trabajo cuando se despedían, él sabía que una vez pasada esa puerta el universo de ellos tres cambiaba. 


Pero aun así era feliz, él había nacido para eso, para repartir felicidad y sabía que algún día… 



 

1 comentario:

  1. Tus historias siempre me emocionan, Rafa. Qué bien plasmas los sentimientos, los buenos, como en éste describes ese tipo de amistad que nace en la infancia y nunca se rompe, la que permite despojarse de las máscaras que nos protegen y ser uno mismo. Enhorabuena, Rafa. Muchos besos

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