Era viernes por la mañana. Buscando entre los papeles de la mesa del
despacho de mi fallecido abuelo encontré un sobre marrón. Parecía que llevaba allí
bastante tiempo por los signos de desgaste y la forma de la caligrafía.
Lo aparte, pero segundos más tarde me invadió el interés ¿Qué llevara dentro?. Decididamente lo abrí.
Era una carta de amor que terminaba en un sencillo verso. Decía así:
“Tú subiste la copa, vi tus bellos ojos a través de ella. Sonreías. Me
contagiaste y sonreí también.
Éramos amigos desde hacía tiempo, Tú sabes lo que yo siento por ti, eres
mis ojos, mi boca, mis suspiros, mi vida concentrada en un solo instante.
Cada vez que me miro en un espejo te veo sonriéndome detrás, tan hermosa,
tan bella. Y pienso en la dicha de estar contigo un segundo, un minuto, una
hora.
Eres mi confidente, mi ayudante, la dueña de mis sueños y de mis días, la
maravillosa ladrona de mi corazón y de mis pensamientos. Contigo sueño en
andar, en correr, ansío ver llover pero siempre a tu lado, solo así amo la
lluvia y el mar, solo así tiene sentido para mí la vida.
Aspiro con besarte a todas horas
Y solo pienso en a mi lado tenerte
Como la noche tiene a su bella aurora”
Y solo pienso en a mi lado tenerte
Como la noche tiene a su bella aurora”
Me quede perplejo, ni un nombre, ni un lugar, ni una simple fecha, nada que
me permitiera identificar a los protagonistas de esta historia que aunque entiendo
que fuera escrita hace mucho tiempo me pareció plenamente vigente.
El caso es que al leerla y releerla una clara impresión me asalto:
Parecía que era mía….
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