jueves, 8 de septiembre de 2016

Solo era mantequilla



Nunca me han gustado los espejos.

Además de esa fama de mala suerte que tienen, aún no he visto ninguno en el que me guste verme. Lo sé, me vas a decir que lo que no me gusta es mi imagen pero no tienes razón ¿Dónde has visto unos ojazos como los míos?

Sorpréndeme.


Ella tenía tres espejos en casa. Uno en el baño, el otro en el salón y un tercero en el pasillo.

Esta situación no era fruto del azar sino de una estrategia muy bien definida, cada uno de ellos tenía una razón de estar allí. Por ejemplo el situado en el pasillo era para verse cuando entraba o salía de casa.

Siempre había dudado de si olvidaba el alma en casa cuando salía, por eso siempre analizaba su imagen cada vez.

El del baño era imprescindible para saber que estaba allí de nuevo, siempre que se acostaba o se levantaba se miraba en él. Un día se sorprendió por su imagen mañanera pero poco más tarde lo comprendió.

El del salón es por si la llamaban por teléfono, siempre que sonaba, sorprendida se miraba en él e intentaba contestar.

Lo único que no recordaba es quien los puso allí. A veces le asaltaba la duda pero enseguida lo olvidaba. Lo más importante para ella en ese momento era saber quién era en realidad.

Aquella mañana entro en su cocina, no comprendía porque a todo el mundo le sabia malo que entrara allí, abrió la nevera, cogió aquel paquete y lo abrió.


Solo era mantequilla.


Maldito alzhéimer


3 comentarios:

  1. Es curiosa la relación que mantienen las personas con Alzheimer y los espejos y que tan bien has reflejado. La necesidad de saber quién se es, que todavía existe. Un abrazo y felicidades, escritor

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