lunes, 24 de julio de 2017

Sus ojos miraban al suelo.




No recordaba apenas el olor de la hierba mojada. Desde aquel día en el que entro por aquella puerta no la había vuelto a oler. Tus padres te han traído por tu bien, entiéndelo, le dijo aquella mujer mientras la asía fuertemente.

Después aquella puerta se cerró.

Poco a poco creyó entender que habían hecho lo mejor para ella, pero cada vez que pasaba por delante de aquella ventana lo olvidaba todo. ¿Por qué solo era traslucida? ¿Qué podía esconder detrás? No era capaz de entenderlo.

A partir de hoy te llamaras Clara, hermana Clara.

Es costumbre en este convento que la última novicia en llegar tome el nombre de la última hermana que nos ha dejado, le dijo la madre superiora. Apenas se atrevía a levantar la cabeza, -me gusta ese espíritu de sumisión que has traído- le dijo.

Como explicarle que todo era producto de su miedo y de la angustia que sentía. ¿Por qué tenía que abandonar los juegos y la ilusión por cantar, sonreír o por saltar? Y sobre todo como entender que era ella la que estaba allí.

Pasó el tiempo, Clara encontró aficiones que no había imaginado nunca, pero sobre todo se acostumbró a vivir sin sonreír, a imaginar que la belleza estaba en sentir en vez de admirar y a intentar amar cosas imposibles.

Un jueves las reunió la madre superiora, a su lado estaba el sacerdote que las confesaba y decía misa –nuestra orden va a cambiar- les dijo –el santo padre ha decidido eliminar esta clausura- continuo. Al contrario de lo que pudiera pensar esa noticia la abatió, después de todos estos años recorriendo este convento no podía imaginar cómo sería la vida fuera.

Pasados dos días el sacerdote las vino a acompañar -me gustaría que hoy conocierais otra iglesia- les dijo, y poco a poco, casi aterradas salieron a la calle. Clara apenas recordaba nada, había entrado allí tan pequeña que para ella solo existían las paredes del convento. Miro casi aturdida el ritmo frenético de  las personas que pasaban al lado y no dejaba de pensar en todo aquel tiempo que había estado allí dentro.

Pasadas unas horas volvieron, al llegar al convento vio aquella ventana desde la calle por primera vez, siempre había imaginado como seria desde fuera y le pareció maravillosa, a partir de hoy podría asomarse a ella…



Aquella ventana fue lo primero que vi al entrar y la que me acompañara cada día del resto de mi vida…



1 comentario:

  1. Un cuento muy profundo. Me ha hecho pensar en todos los que viven encerrados en sí mismos y que no son capaces de abrir una ventana en su corazón. Un beso muy grande

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