Ya no era una niña y casi ni recordaba desde cuando no era feliz, añoraba
unos brazos que la apretaran al despertar, unos labios que la despidieran antes
de dormir, una sonrisa que la hiciera feliz.
Su madurez no le había hecho perder su belleza, al contrario la había serenado.
Tras años de duro trabajo había comprendido que solo dependía de ella y había tejido
una coraza alrededor de su corazón.
Esos preciosos ojos habían visto pasar los minutos, las horas, los días sin
perder un ápice de dulzura, una dulzura que contagiaba, que irradiaba a todas
las personas que se acercaban a ella.
Bendita decisión.
Y se sumergió de nuevo en el amor, en un amor que la ansiaba tanto como ella, en un amor que se alimentaba de sus sonrisas, de sus besos, de sus caricias, de sus miradas.
Y se dejó consumir de felicidad.
Solamente un suspiro
Es lo que me aparta de tus besos,
Es lo que me aparta de ti.
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