Busco la bolsa que tenía olvidada detrás de la puerta y la cogió con
energía. De hoy no pasa.
Bajo a la calle y fue a coger el coche, no fastidies pensó, iré mejor
caminando. Nada más cruzar la calle observo un sinfín de gente que indiferente
pasaba a su lado. Pensó en lo ocupados que estaban todos. Hoy lo voy a
conseguir, no buscare más escusas, se prometió a sí mismo.
Paso por delante de la taberna, instintivamente fue a entrar. En el último
momento reacciono. No, primero a lo mío. Vio una mueca de disgusto en la
camarera, lo cierto es que en aquel momento
estaba sola. Recordó entonces el primer día que entro y lo que le llamo
la atención: la diferencia de estilos entre aquellas paredes de madera tan
sobrias y aquel mobiliario demasiado moderno para el entorno.
Pero se sentía a gusto allí, poco a poco se había acostumbrado a aquella
simbiosis de estilos tan extraña y le agradaba como lo trataban. Por eso no le
paso indiferente la mueca.
Después de un rato caminando vio su destino. Le extraño el poco movimiento
y la falta de luz que le rodeaba, mejor así, estaré mucho más tranquilo. Pero
al acercarse empezó a pensar que había algo raro allí.
Enseguida lo comprendió todo. Estaba cerrado.
Leches…. Otro día más no voy a ser capaz de aprender a bailar claque.
Muy buen relato, Rafa. Me ha sorprendido el final. Un abrazo
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