1848
Manuel era un indiano. Con solo 13 años sus padres lo enviaron a Sudamérica con unos familiares lejanos. No sabía ni leer ni escribir, fue en aquel barco donde poco a poco comenzó una vida de desprecio y de amarguras.
Manuel era un indiano. Con solo 13 años sus padres lo enviaron a Sudamérica con unos familiares lejanos. No sabía ni leer ni escribir, fue en aquel barco donde poco a poco comenzó una vida de desprecio y de amarguras.
Pronto destaco como un ávido estratega y comerciante, tanto que al pasar la
barrera de los 34 años tenía una inmensa fortuna.
Una noche decidió volver a su tierra de origen. Busco una zona parecida a
su tierra de adopción y se vino para España. Encima de un acantilado edifico un
palacio desde el cual se dominaba además del pueblo toda la entrada al puerto y
las playas.
Lleno los jardines de árboles, flores y fuentes. Durante unos años un
extenso prado se convirtió gracias al trabajo y al dinero invertido en un
maravilloso rincón de selva perfectamente ordenada, maravillosamente decorada y
estrictamente cuidada. En sus rincones podían encontrarse plantas y animales
nunca vistos en estas tierras.
Siguió desde ese vergel dirigiendo sus negocios, en particular el de su
naviera para la cual tomó como base aquel pequeño puerto de su nueva morada. En
poco tiempo cambió la faz de aquella población, un enorme puerto se construyó
debajo de su casa y la población se multiplicó.
Pasados unos años conoció a una muchacha del lugar de belleza etérea y
misteriosa. Unos meses más tarde y a pesar de su diferencia de edad contrajeron matrimonio. Elena, que así se
llamaba, no tenía casi familia y se volcó
en hacer feliz cada momento de la vida de Manuel.
Cada vez que se hacía a la mar para alguno de sus negocios al llegar la
tarde vagaba por la orilla del acantilado esperando el regreso de su amado
esposo.
Manuel decidió entonces, además de minimizar las salidas, edificar al lado
de casa un torreón para que su esposa pudiera esperar su regreso protegida de
las inclemencias del tiempo y otros peligros.
Poco a poco aquel palacio y su torreón entraron en la historia local, Elena
casi no salía de casa. Cuando Manuel no estaba con ella se refugiaba en el
torreón y era invadida por la tristeza y la melancolía. A pesar de toda la
cantidad de sirvientes que tenía no dejaba entrar a ninguno allí.
Una noche que Manuel estaba fuera vio por la ventana como el barco
regresaba a puerto en medio de una gran tormenta. Como otras veces encendió las
luces de la ventana. Fue siguiendo como se acercaba cernido por el viento entre
olas hacia el puerto. Parecía un muñeco en manos del destino. Elena temblaba observando
horrorizada aquella escena, viendo aquel juguete a merced del tiempo, del
destino.
De pronto impulsado por un cambio de viento se estrelló contra el arrecife.
En ese momento sintió como la vida le abandonada, no quería entenderlo, se sumió
en llanto y se derrumbó.
Uno de los criados bajo al arrecife, la gente del pueblo se amontonaba a
ayudar pero nadie, ni uno solo se había salvado. Corrió a informar a su señora.
La escena fue terrible, aquellos ojos hinchados por el llanto casi no acertaba
a ver, aquellos oídos saturados de dolor no le dejaban oír y su mente no quería
creer.
Miro la ventana, quería reunirse con él y salto.
Justo cuando llegaba al suelo lo vio. Bajando de un carruaje allí estaba él
viéndola caer, viéndola morir.
Manuel al ver la tormenta que se preparaba no quiso hacer sufrir a su
esposa y decidió venir en carruaje, el destino quiso que se retrasara solo lo
necesario para estar allí en ese momento.
Se encerró en el torreón. Todas las noches se oía su llanto desde la casa hasta que una noche cesó. Al amanecer encontraron su cuerpo yaciendo en el mismo lugar donde él encontró a su esposa.
Se encerró en el torreón. Todas las noches se oía su llanto desde la casa hasta que una noche cesó. Al amanecer encontraron su cuerpo yaciendo en el mismo lugar donde él encontró a su esposa.
Hoy nadie se acerca a aquella casa de noche. Los pocos audaces que se
atreven narran historias de llantos y risas que salen del torreón y lo que
desde el pueblo se puede ver es que todas las noches de tormenta una luz se
enciende hasta el alba desde aquel torreón que fue construido para la felicidad
de una persona y fue la causa de la muerte de dos.
Maldito torreón…
Cómo me ha impresionado, Rafa. Parece una leyenda antigua. Como siempre, es un placer leerte. Un abrazo
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