Aquella canción me recordaba mi juventud, tu aroma era
maravilloso y así, tan apretada a ti solo quería sentirte rodear mi cuerpo y dejar
hasta de respirar.
Nunca había sabido bailar por eso aquella noche sonreí al proponérmelo.
¿Yo, bailar? Jajaja te respondí, pero tú estabas decidido, sonreíste y tirándome
de la mano entramos en aquel local.
Por cómo te trataron supe que eras uno de esos clientes asiduos,
incluso note alguna mirada cómplice entre aquel camarero bajito y tú.
Lo cierto es que como siempre estoy enganchada a la música
esa nueva faceta me resultaba a la vez emocionante y terrible.
Buscaste una mesita al lado de la pista y empezaste a narrarme
pasos y movimientos. Por el brillo de tus ojos entendí que aquellos pasos eran
para ti algo más que una pasión, eran una parte muy importante de tu vida.
Tú ya sabias, te lo dije hace un tiempo, que cuando
contemplaba tus ojos me olvidaba de todo lo demás, y que desde aquel día en el
que nos besamos estar juntos era algo más que una necesidad.
También te dije que te acompañaría desde la
libertad que nos prometimos mutuamente. Me contestaste que un susurro a veces
obliga más que un grito, dando gala de esa ternura y esa sensibilidad que
siempre te acompañaba.
Tú me repetías que no querías red en el amor, que preferías
caer y volver a empezar 100 veces a vivir una vida anodina e insulsa, y lo decías
con una ternura y una sencillez que me desarmaba una y otra vez.
Pero esa noche veía un brillo en tus ojos que no había apreciado
nunca.
Empuje tu silla de ruedas y salimos a la pista…
Genial, Rafael. No sólo me has sorprendido, me has emocionado. Gracias por ser tan sensible. Un abrazo
ResponderEliminarAna, ¿Qué haría yo sin ti? Me das fuerza para seguir plasmando mis ideas. Te nombro mi primera (y mejor) seguidora.
ResponderEliminarEn serio, mil gracias.