Sofía era alegre.
Pero tenía desde pequeña una secreta frustración: todas las
plantas que intentaba cuidar morían al poco tiempo. Probo con sol y con sombra,
con mucha agua y con tierras resecas pero nada. Una tras otra todas las plantas
se le secaban.
Al final tomo la decisión de no tener jamás ninguna planta. Pero
las echaba de menos.
Un día le regalaron en su trabajo un kit.
Intrigada lo abrió, dentro encontró una macetita, unos dados de algo como
tierra y una bolsita con semillas. Parecían pipas.
Durante muchos días aquella lata presidio su mesa de
despacho, cien, mil veces paso por su cabeza ponerse a ello y probar, pero en
el fondo tenía miedo, miedo a que no surgiera, a que muriera después.
En aquella oficina empezaron a surgir mini macetas y poco a
poco tallos y hojas que poco a poco se hacían grandes. Sofía las envidiaba, a veces se
quedaba contemplando alguna de ellas como embobada, su mente volaba a
circunstancias y momentos distintos hasta que en un suspiro despertaba.
Aquel viernes dio el paso. Cogió todo y se metió al baño. Allí
monto su mini maceta. Con una ternura inusitada escondió las semillas entre
aquella extraña y húmeda tierra. Después toda satisfecha la coloco delante de
la ventana que tenía al lado de su mesa.
Durante todo el fin de semana ni recordó aquella maceta pero
allí estaba cuando el lunes entro en la oficina. Se acercó y ohhh sorpresa, un
pequeño tallo asomaba de la tierra con una cascara de pipa a su cabeza.
En unos instantes la cogió, miro, toco, suspiro, regó y no sé
cuántas cosas más, estaba emocionada. Así durante los siguientes días un grupo
de pequeñas plantitas salieron y crecieron. Sofía pensó en que aquella maceta
era pequeña.
Se fue a casa volviendo con una maceta y una pequeña bolsa de tierra de
plantero.
Cogió con extrema ternura su tesoro y lo trasplanto.
Así pasaron los días, aquellos tallos se transformaron en
ramas y la alegría que Sofía le transmitía se convirtio en dulzura.
Aquella tarde, no sin miedo, cogió su maceta y se la llevo. La coloco en el mejor lugar de su casa.
Aquella tarde, no sin miedo, cogió su maceta y se la llevo. La coloco en el mejor lugar de su casa.
A veces se sorprendía hablándole, se había convertido en su
mejor amiga y confidente, en su mayor apoyo y alegría. Aquellas pipas habían conseguido
lo imposible:
Alargar aún más la sonrisa de Sofía, la sonrisa de aquella
maravillosa mujer…
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