Tenía unas lamparitas en sus ojos que iluminaban su mirada.
Aquella mañana se despertó agobiada, casi nunca soñaba, lo consideraba
hasta raro, pero desde hace algunos todas las noches se repetía el mismo
sueño.
Y eran sueños preciosos, en todos aparecía un enorme campo de amapolas rojas donde ella paseaba cogida de la mano con un hombre, a partir de aquí cada día era distinto. Un día se abrazaban, otro se amaban, otro se separaban…
Y eran sueños preciosos, en todos aparecía un enorme campo de amapolas rojas donde ella paseaba cogida de la mano con un hombre, a partir de aquí cada día era distinto. Un día se abrazaban, otro se amaban, otro se separaban…
Sofía llevaba una vida intensa, después del trabajo le esperaban en casa su marido y sus hijos, lo cierto era que los quería con todo su corazón, pero a raíz de estos sueños empezó a darse cuenta de la monotonía de su vida.
A veces David, su marido, le decía que era una fanática del orden y de la limpieza. Dada su holgada posición económica tenían en casa una persona que se hacía cargo de casi todo. David quería que Sofía fuera feliz y procuraba facilitarle la vida pero ella se sentía vacía y a menudo su mirada se perdía en la distancia.
David se pasaba largos ratos contemplándola, muchas veces al acostarse fingía leer un libro hasta que ella se dormía, después la recorría con su mirada. Con el paso de los años conocía cada milímetro de su cuerpo mejor que el suyo propio, después apagaba la luz y se disponía una vez más a soñar con ella.
Era un mundo de sueños con dos protagonistas.
Sofía y David tenían el mismo sueño cada noche, pero ninguno de los dos lo sabía, ni tampoco sabían quién era aquel acompañante misterioso que noche tras noche intentaba hacerlos felices…
Precioso, Rafa. Me ha emocionado el final, con esos sueños compartidos. Felicidades y un abrazo muy fuerte
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