Les hacía gracia cuando oían frases como “media naranja”. No podían evitar mirarse y sonreír.
Muchos años atrás surgió un matrimonio entre dos personas que no se conocían, a Elena su padre le había dicho que era lo más conveniente para todos y ella lo acepto.
Eran otros años, años de penuria y de tristeza, años en los que la lluvia caía triste y seca, años en los que las sonrisas habían desaparecido tragadas por un episodio atroz, antinatural, que les había hecho prisioneros de su vida sin haber nacido aun.
Elena tenía el cabello precioso y aún sin cuidarlo llamaba la atención. Muchas veces recordaba el día en que conoció a Enrique. Decir que estaba nerviosa sería una nimiedad, estaba alterada pero firme en lo que ella sabia que sería el principio de una nueva vida.
Él era enjuto y pequeño, lo cierto era que no podía definírsele como un hombre guapo, pero al verla por primera vez sonrió. Aquella sonrisa cambiaría su vida. Los padres muy serios y las madres intentando ser agradables y corteses, sabían muy bien lo que sentían sus hijos en ese momento.
A los pocos días los casaron, apenas habían convivido un par de horas juntos y la ceremonia fue corta y triste. Elena miraba la iglesia vacía y no entendía el porque ya que ella era una persona soñadora y esta situación no correspondía con su vida, o eso pensaba ella.
Los siguientes días se conocieron, vivían con sus padres y debido a las largas jornadas de trabajo de Enrique coincidían poco, pero poco a poco fueron forjando una amistad que hoy era su principal fuente de vida y felicidad.
La primera noche que durmieron juntos la pasaron abrazados atenazados por el miedo, pero con el tiempo fueron encontrando razones y descubriendo unos cuerpos, unas caricias y la infinita alegria de estar juntos.
Primero fue la lucha por salir adelante e independizarse, después los hijos y sus carreras y casi sin darse cuenta volvieron a la soledad del principio, ellos dos y la vida, pero ya eran otras personas, una pareja que no sabía vivir el uno sin el otro, que no tenían ni que hablar porque se comprendían solo con mirarse.
Despues de una vida juntos solo añoraban la juventud perdida y muchas tardes hablaban casi en susurros cómo les hubiera gustado que esta fuera, pero siempre al terminar esos deseos y esas aventuras surgía el último e imprescindible deseo:
Haberse conocido
muy bonito, Rafa
ResponderEliminarQué historia tan bonita. Es una delicia leer estos pequeños relatos con tanta sensibilidad. Un abrazo, Rafa
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