Tenía el pecho desnudo mientras miraba a través de la ventana. Su mano derecha acariciaba suavemente la tenue y semitransparente cortina que había apartado hacía solo unos minutos.
¿Tú quieres que llueva? Me pregunto Fuensanta mirándome profundamente a los ojos,
Si, le respondí
Ella volvió la cabeza y siguió mirando por aquella ventana.
¿Y por qué? Volvió a preguntarme.
Porque me gusta ver las gotas caer, además el aroma de la lluvia me encanta.
Bueno, respondió ella.
Despacio me acerqué a su lado, no quería interrumpir ese momento de silencio y concentración.
Un día que llovía nos dejó mi padre, me dijo. Salió de casa a trabajar y no volvió jamás. Al principio pensamos que nos había abandonado, pero unos días más tarde lo encontraron muerto.
Odio la lluvia, dijo como un susurro.
Le abracé por la espalda y sentí su piel desnuda contra mi pecho. Tenía ganas de contarle cien historias, de prometerle que no la abandonaría nunca, pero me contente con oír su respiración a la vez que, yo tambien, miraba por la ventana.
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