Pero era un ratón feliz. Desde que se asomaba por las mañanas a su agujero sonreía.
Tenía dos espectaculares orejas y unos bigotes inmensos, una piel gris y las
uñas afiladas, dos dientes prominentes que se asomaban a su boca completaban su
figura, y era feliz, muy feliz.
No pensaba en el mañana, solo el hoy y esas grandes cosas que le importaban,
cosas como revolotear al lado de su adorada ratona, correr desesperadamente por aquella
casa, mirar por la ventana o tener algo para comer, solo eso movía su vida, una
vida de ratón.
A veces pensaba en ser gato pero tendría unos problemas imposibles de
solucionar, como cazar ratones, ronronear o tratar con los amos de la casa. Él
no quería más, le bastaba apoyar sus orejas al lado de las de ella y sentirla
respirar.
Su ratona.
Un día encontró un ovillo de lana en la casa. Poco a poco lo metió en su
hueco y se lo ofreció a ella. Intentaron hacerlo rodar y no pudieron, volvieron
a intentarlo otra vez sin resultados.
Como el ratón era muy listo lo saco de su hueco. Solo con empujarlo comenzó
a rodar otra vez. Ves, le dijo a su ratona, vamos a empujarlo los dos. En un
momento los dos ratones jugaban con la bola sin darse cuenta que el gato los
vigilaba.
De un salto este intento cazarlos pero se trabo con el ovillo. Los dos
ratones salieron huyendo y se refugiaron en su agujero olvidando al gato.
Al momento era feliz otra vez, solo le importaba revolotear, correr, mirar
o tener algo para comer.
Solo eso
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