A veces he pensado en los hechos que han propiciado los
grandes cambios en mi vida. Aquella conversación fue uno de ellos.
Cuando salimos de la taberna José se tapo. Al ver mi
extrañeza me dijo –sígueme y hablamos – Un par de calles mas allá nos esperaba un
coche de rúa. Montamos y José se descubrió. Subió la luz y pude apreciar otra
vez sus rasgos, solo entonces comprendí como lo eche de menos.
Sin una pizca de rubor nos abrazamos, - como te eche de menos – le dije, - ante todo tienes que disculparme – respondió – lo comprenderás enseguida -
Sin una pizca de rubor nos abrazamos, - como te eche de menos – le dije, - ante todo tienes que disculparme – respondió – lo comprenderás enseguida -
Lo cierto es que sentí que el tiempo no había pasado,
aquella figura que antaño había admirado era en este momento mi único nexo de
unión con la vida. Sentí como la tranquilidad se apoderaba de mi.
Martin, me dijo, la vida es muy complicada, tu lo sabes
bien., déjame decirte… lo corte, no, no quiero saber nada, lo importante es que
estemos aquí le respondí, aun así, me dijo, escúchame.
No te voy a hablar de mi pasado, pasado esta, pero si quiero
hablarte de futuro. Lo cierto es que tenia ganas de escucharlo otra vez,
recordé sus palabras en el refectorio y la inmensa admiración que sentía por
el. Cuéntame algo de tus momentos recientes, me sorprendí mucho al saber que habías
salido del convento, cuéntame.
En unos minutos le explique mi corta vida, note que su mirada y sus gestos se endurecían a cada instante,
pero no podía abandonar. Le conté con pelos y señales todos los últimos
acontecimientos, el callaba, pero notaba cambios en su expresión y su mirada.
Cuando acabe quedamos en silencio. Después de un largo rato
me dijo otra vez – ahora entenderás, vamos a llegar a mi casa -.
Minutos después, se hicieron eternos por el largo silencio,
paro la carroza. Se tapó y me dijo –ven – sin dudarlo le obedecí. Subimos unas
pocas escaleras y entramos en una estancia terriblemente escueta.
José se quitó la capa y el sombrero, saco una botella y dos
sucios vasos. Me acerco unos papeles y me ordeno léelos. Durante unos minutos
me concentre en una sentencia por la cual se le quitaban todos sus bienes a José
Montpelier de Juanes, grande de España. La razón era ser afrancesado y estar
condenado por dos crímenes. Pero lo que realmente me dejo sin palabras era la
firma. Dos, tres veces la leí, era mi hermano Justo.
Había sido incapaz de averiguar nada de ellos y el destino
me llevaba a través de mi mejor amigo. No lo podía creer. El silencio
se apodero de mí. José bebía de uno de los vasos.
Es mi hermano, le respondí. Si, dijo apurando su vaso, no me
lo podía creer, me dijo. Cuando me entere que habías salido del convento te
busque, lo cierto es que me fue difícil, pero al fin aquí estas.
Que quieres que haga, le pregunte. Nada por ahora, me respondió.
Hay que pensar muy bien lo que hacemos.
Continuara....
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