Su nacimiento causo gran expectación. Era el tercer hijo del Marques de
Lacambra y en él había depositado su padre todas las esperanzas de tener por
fin un hijo varón.
Desde muy pequeño su padre lo oriento a las armas, él había conseguido el
marquesado a raíz del transporte y de la explotación de mercancias
halladas en el nuevo mundo y quería que su hijo no sufriera los desprecios que él,
aunque veladamente o a sus espaldas, tenía que soportar del resto de hidalgos.
Pronto dio muestras de un talento especial para estar presente en todos los
líos que pudiera haber a su alrededor. Su dominio de las armas junto con su
bella figura le hacían protagonizar la mitad de los duelos de la corte de
Sevilla.
Pero hagamos una pausa porque quiero haceros un boceto de su familia.
Su padre, como ya os he dicho antes, tenía una empresa en Sevilla que fletaba
portes marítimos. Al principio solo trabajaba en viajes de cabotaje
principalmente con Portugal pero un día decidió aventurarse y fleto una nave
con destino a Nueva España. La idea era llevar a los nuevos territorios algunos
víveres, correo y algún que otro aventurero que veía en esas tierras la forma
de enriquecerse rápidamente. La vuelta traería plata, cacao, tabaco y algodón.
Contrato una carabela de 60 m de nombre "Suerte" y realizo el primer viaje. Fue todo un éxito.
Su olfato para los negocios le enseño que el verdadero negocio no estaba en la
plata ya que los barcos que la transportaban empezaban a sufrir los primeros ataques
de los corsarios ingleses. Además la incipiente industria textil catalana cada
vez necesitaba más algodón.
Varios años después manejaba una flota de 21 naves y era una de las
personas más influyentes del Consejo de Indias. En unos pocos años, pobre
España, le nombraron Marques de Lacambra. Lo cierto es que aquel marquesado además
de muchos ducados le costó muchos quebraderos de cabeza.
Su madre era una sencilla mujer a la que se le atraganto un poco los
progresos de su esposo. Lo cierto es que hubiera preferido que no diese el
salto al nuevo mundo y haberse quedado en la posición acomodada que tenían entonces.
Sentía por sus hijos una devoción que rayaba la enfermedad y a ellos dedicaba prácticamente
todas las horas del día.
Conforme José se hacía mayor se adivinaban en el unas actitudes excepcionales.
Lo que más preocupaba a su padre era el poco interés que tenía por la empresa
familiar. Siempre estaba metido en líos de los cuales cuando no salía airoso
estaba su padre detrás para remediarlo.
Poco a poco fue distanciándose de la familia pasando temporadas fuera de
casa, muchas veces su padre pensó en echarlo de casa pero su madre lo convencía
de no hacerlo.
Un día vino un alguacil a casa preguntando por él. Su padre intento
averiguar qué había pasado sin resultados por lo que echó mano de sus amigos.
José había sido sorprendido en un duelo por la cuadrilla de los alguaciles y en
la disputa había matado a uno de ellos dejando a un segundo herido de gravedad.
La justicia lo buscaba.
El Marques busco, intercedió, compro hasta conseguir encontrarlo. Estaba
demacrado y parecía un fantasma de lo que fue, allí estaba sin saber qué hacer,
su padre lo interno en un convento hasta que pasara el escándalo.
El prior era conocido suyo, eso y ayudado por una fuerte suma de ducados sirvió para
comprar su silencio y su indulgencia por una larga temporada. José, le dijo su
padre, aquí estarás a salvo hasta que las aguas se calmen. Intenta enderezar tu
vida, yo te avisare cuando puedas salir, fueron sus últimas palabras.
José, ayudado por las circunstancias, cambio. Dejo de ser aquella persona
que iba de cama en cama, de duelo en duelo, para ser un joven que aprovechaba
todas las horas posibles para leer y estudiar.
Continuara....
Ay, que me he quedado con las ganas de seguir. Qué bien has ambientado el relato y nos has sumergido en el siglo XVI. He disfrutado mucho con tu prosa tan bien cuidada. Un abrazo muy fuerte
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