Nada mas levantarme lo sentí. Una intensa punzada en el pecho que me
produjo un enorme desasosiego. Mi mano se apoyó en el borde de la puerta y mi
boca hizo una mueca de dolor.
No era la primera vez que me pasaba pero mi soledad me
apesadumbro.
Me senté en el borde de la cama e intente convencerme que no
pasaba nada.
Cualquier intento de moverme agudizaba mi dolor. Y entonces
pensé en lo absurdo de la situación. Poco a poco me tranquilice.
No es mas que un dolor pasajero y terminará enseguida me repetía
una y otra vez. Pero mi frente no dejaba de sudar, cada vez me sentía más inquieto y no dejaba de temblar.
Entonces pensé en la vida y en la muerte y solo había una
cosa que no dejaba de atormentarme, lo lejos que estabas de mi…
Intente ponerme en pie pero fue imposible, cada vez me dolía
más y me sentía más asustado. Por un momento traté de concentrarme en la
solución y me puse de pie.
El resultado fue instantáneo, mis piernas fallaron y me
golpee contra el suelo.
Comencé a llorar de impotencia, una tras otra se me
ocurrieron mil soluciones pero todas pasaban con llegar al teléfono. Intente
arrastrarme pero me resultó imposible, maldito dolor.
Alargue mi brazo hacia la puerta y me desvanecí.
Te vi a mi lado, habían pasado muchos días pero allí
estabas, bella y hermosa, te sonreí.
Tu me alargaste la mano, ven, no tengas miedo, me dijiste.
Entonces recordé toda la angustia sufrida desde que me
abandonaste, pero contigo a mi lado no sentí miedo. Recordé las largas tardes a
tu lado en el hospital, tu mirada cuando sabías que ibas a morir, tus ojos
desencajados.
Pero hoy estabas muy hermosa.
Ven, me dijiste, no tengas miedo.
Me así a tu mano y te acompañe. Sabia que a partir de ahora sería feliz, muy feliz.
Siempre me impresiona tu talento para expresar los sentimientos más hondos, Rafael. En este caso me ha gustado mucho cómo trenzas el dolor físico con el dolor de la ausencia, como si uno fuera el espejo del otro. Te felicito y te mando un abrazo
ResponderEliminarGracias amiga Ana. Me encanta tu comentario.
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