Lo cierto es que desde hacía ya un tiempo esa situación era ya habitual. Las circunstancias de la vida me habían empujado a esa soledad. Al principio me parecía maravillosa, hacia, deshacía, disponía todo a mi antojo.
El tiempo hasta me sobraba.
Pero poco a poco esa
misma soledad comenzó a abrazarme poseyéndome cada día un poco más. Cada vez estaba
más presente a mi lado hasta que termino sometiéndome cruelmente. No dejaba
un solo segundo de seguirme, de recordarme que estaba allí, hasta comenzó a
colocarse entre tu luz y yo.
Reacciona, me dije un
instante, demuéstrale que eres el mejor, que nunca te ha sometido nadie que tú
no quisieras. Durante el día lo conseguía pero al llegar la noche me abrazaba
entre sus largos brazos y me susurraba al oído: “eres mío”.
Busque unas manos que me
ayudaran, un alma gemela que la destruyera hasta que comprobé que todas las
personas somos prisioneras de mayor o menor manera de nuestra vida pasada, de
nuestras circunstancias, de nuestras costumbres, de nosotros mismos.
Ese día todo cambio para mí,
supe que debía acostumbrarme a ella pero la debía dominar poco a poco.
Dentro de poco serás mi víctima,
lo se….
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