Siempre que pasaba delante del Castillo observaba aquella
ventana. Fuera día o noche una vela la iluminaba, algún día me paraba a mirarla
y me dejaba llevar por sus ondulaciones, por su latencia.
Cada día esperaba con más anhelo terminar de trabajar en aquellas tierras de mi señor para pasar por allí.
Una tarde de febrero vi una figura al lado de la luz, desde la distancia no acerté a saber quién era aquella persona que estaba cerca de mi luz. Unos instantes después desapareció. Estuve un buen rato esperando debajo pero al ver cerrar las puertas de la fortaleza eche a correr.
Cuando llegue a casa mi madre me preguntó dónde había estado, le explique mi descubrimiento pero sólo acertó a darme un bofetón, yo aquí esperando para que me ayudes y tu perdiendo el tiempo, me gritó. No lo hagas más, me has oído... me amenazó.
Al día siguiente intente pasar sin mirar pero no pude, me atraía demasiado aquella luz. Poco a poco mi imaginación voló al lado de aquella figura. Vi una bella princesa de piel clara, con unos ojos profundos y a la vez vacíos, imagine su sonrisa pero no pude verla.
¿Qué hacía una bella joven en aquella habitación situada en
una de las últimas almenas del Castillo, estaría presa de un amor imposible o
bien apartada del mundo por un terrible caballero?
Muchas más opciones se me ocurrieron, pero todas pasaron por un amor imposible, divinos dieciséis años que tenía yo entonces. Durante meses mis ojos se desviaron intentando encontrar otra vez aquella figura que no volví a ver nunca.
Conforme me fui haciendo mayor empecé a dejar de pensar en aquella luz y mi mente fluía detrás de las muchachas que encontraba en las aceras, aquel niño de entonces se hizo mayor a pasos forzados, que remedio…
Un día al volver a casa tropecé con una piedra y fui a caer a los pies de un soldado. Al principio sonrió pero enseguida me ayudó a ponerme en pie. Me habló y me trató con cariño y amabilidad.
Debí de caerle bien porque al día siguiente me estaba esperando en ese mismo lugar, me llamó y me acerco a la puerta de una posada. Me la voy a jugar contigo, me dijo mirándome a los ojos. Te voy a recomendar para servir en el Castillo, espero que no me defraudes, me dijo.
Para una persona en mi situación aquel ofrecimiento me pareció fantástico, yo, que no había hecho más que trabajar en el campo, que no sabía ni leer ni escribir...
Poco a poco aquella persona se ocupó de mí, en los ratos
libres me enseñó todo lo que él creía que debía de saber un joven de mi edad y
unos pocos años más tarde me puso de soldado a su servicio.
Yo veía que todo el mundo lo respetaba y admiraba y poco a poco comencé a preguntarme quién era aquella persona que me estaba protegiendo. Una tarde que estábamos solos en uno de los salones del Castillo le pregunté. Él se mostró sorprendido ¿no sabes quién soy? Me dijo. Soy el Conde de Valois y soltó una enorme carcajada. ¿Y porque un noble como vos se ha fijado en mí? Le pregunté. Me miró con ojos de sorpresa y me dijo: Hace años perdí a un hijo de tu edad, desde entonces me ocupe de que una vela lo recordará siempre en lo alto de una de mis almenas.
En varias ocasiones observe que te fijabas en esa luz y aquel día que caíste ante mí no lo dude…
Tu serias ese hijo que una maldita enfermedad me arrebato.
No sabes lo que me ha gustado tu relato. Tiene el sabor de las buenas historias, aquellas que contaban los abuelos al calor de la lumbre. Un abrazo, Rafael, y mis felicitaciones
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