Tenía alas.
Eran blancas, muy grandes y llenas de plumas.
Apenas las cuidaba porque siempre estaban ahí.
Al acostarse desaparecían, era un misterio, pero al salir de
la ducha allí estaban, perfectas y radiantes.
Tenían algún problema pero no era muy importante.
El primero es que no podía rascarse la espalda, el segundo
es que al abrirlas tiraba su sombrero.
Aquella mañana decidió salir de casa, temía el frio ya que
no podía ponerse camisas ni jerséis y le preocupaba también la reacción de las
personas que lo vieran en la calle.
No se lo pensó dos veces y salió.
Pasaba desapercibido por lo que se tranquilizo, es
increíble, pensó, a nadie le chocan mis alas. Al llegar al final de la calle
las extendió.
Se sintió maravillosamente, pensó en ascender a algún tejado
para comprobar su funcionamiento, pero no sabía utilizarlas.
Quizás podría probar en una ladera, miro alrededor y localizó a lo lejos un parque con una ladera terminada en un lago. Se dirigió a
ella.
Hizo varias pruebas, poco a poco conseguía alcanzar altura,
en uno de los intentos cayó al lago, que fría estaba el agua.
Reacciona, oyó.
A la vez unos intensos zarandeos,
¿cómo pudiste tomar esto? Le preguntaron.
Dejadme seguir con mis alas, fueron sus últimas palabras.
Todo se hizo azul...
Me ha impresionado mucho. Tus historias están llenas de belleza y de sensibilidad. Gracias por compartir esta. Un abrazo muy fuerte
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