Escondida en el pasillo oía a sus padres,
todos sus hermanos estaban durmiendo ya. Su padre envejecido y abrumado no podía levantar su
cabeza, su madre solo contenía las lágrimas, solo repetía su nombre, Clara.
Al día siguiente su madre le dijo que se
vistiera con su único traje, la noche de antes lo había estado arreglando. Casi
sin mirarla la cogió de la mano.
El silencio la acongojaba.
El silencio la acongojaba.
Una caminata rápida y una puerta. Su
madre se agacho delante de ella, esto es lo mejor para ti, le dijo casi sin
mirarla, le arreglaba con movimientos convulsos su vestido.
Ya veras como te tratan bien, lo sé, y no te acordaras de nosotros.
Ya veras como te tratan bien, lo sé, y no te acordaras de nosotros.
Una monja vestida toda de negro abrió la puerta, Eres
Clara, preguntó, anda pasa. Su madre se quedó allí petrificada mirándola, rota.
Unas semanas más tarde deambulaba por
aquella casa, ella y tres niñas más buscaban a cada momento un rincón para
jugar, pero siempre tropezaban con la hermana Benigna.
¿Quién la nombraría así?
¿Quién la nombraría así?
Todas las madrugadas les hacían
levantarse a rezar, a aquellas niñas les costaba estar despiertas, pero allí
estaba la hermana para recordarles a collejazos su obligación.
Pasaron los años, Clara estaba a punto de
ordenarse. Tenía ganas de vestir aquella ropa, imaginaba una vida distinta, se
sentía mayor. Odiaba aquellas comidas iguales, casi sin nada que llevarse a la
boca salvo cuando venía Don Julián.
Don Julián era el párroco de la iglesia, cuando
él venía había huevos y algunos días hasta pollo. Todos eran felices menos la
hermana Rita. En cuanto él aparecía bajaba su cabeza y no comía nada.
Unos meses más tarde la hermana Rita se
cayó desde la torre y el párroco nunca vino más.
Ahora, muchos años más tarde soy la
encargada de los nuevos ingresos, lo cierto es que no se que seria de mi vida
si mis padres, benditos padres, no me hubieran traído aquí.
No quiero ni pensarlo, solo se que cada noche al acostarme mi mente vuela a prados en los que nunca he estado, a mares que no he conocido y escalo montañas solo con cerrar mis ojos y mis pensamientos.
No quiero ni pensarlo, solo se que cada noche al acostarme mi mente vuela a prados en los que nunca he estado, a mares que no he conocido y escalo montañas solo con cerrar mis ojos y mis pensamientos.
Nada más…
Qué alegría, Rafa, reencontrarme de nuevo contigo y con esta historia tan triste pero tan bella. Me ha emocionado. Como siempre es un placer leer tus relatos, tan llenos de sensibilidad.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y felicidades