Todos los días como un reloj, a las siete y cuarto de la mañana pasaba caminando por debajo de ese puente camino del trabajo. Podía hacer frío o hacer calor, podía llover o nevar, incluso hundirse el mundo, nada de eso pudo interferir en esa costumbre hasta aquella mañana.
Solía mirar el reloj de la iglesia cercana al pasar pero esa mañana mire al puente y me quede petrificado.
En medio de él estaba sentada una muchacha menuda. Su pelo rojo inflamaba la tenue luz de la mañana. Su expresión de inmensa pena y su mirada perdida en el agua me produjeron desasosiego ¿Qué hacía allí medio colgando del puente?
Mi mente empezó a buscar miles de causas que pudieran explicar esta situación, pero existía una que me atormentaba, la posibilidad de que estuviera contemplando un intento de suicidio.
Rápidamente tomo la decisión de subir y acercarse a ella. En aquel momento no sería consciente de las consecuencias que pudiera tener esa acción.
Poco a poco se fue acercando a ella. Intento no hacer ruido para no asustarla, cuanta más cerca estaba más bella le parecía, pensó incluso que podía ser una maravillosa sirena que había salido del río para encantarlo a él.
Parece mentira, pensó, que a mis 55 años se me ocurran estas cosas, más que sirena, lo que parece es una musa que ha llegado a mí para inspirarme. Yo me dedicaba en aquellos años a pintar en mis ratos libres, esta era una pasión que, aunque siempre la tuve, la había comenzado a desarrollar hacía unos pocos años.
Casi estaba a su lado cuando se volvió, Creí emocionarme al ver aquellos ojos tristes clavados en mí, realmente me pareció la mujer más hermosa que había visto nunca. Allí quede parado delante de ella, con nuestras miradas cruzándose y sin articular ninguno de los dos ni una palabra.
Pasados unos segundos volvió a mirar al río. Me acerqué y no dijo nada. Poco a poco me senté junto a ella y me puse a mirar el río con ella. Unos minutos después me atreví a hablarle.
¿Qué sientes? Le dije. Ella me volvió a mirar y no contesto. Otra vez quedamos allí mirando al río. Pasados unos segundos me dijo sin levantar la vista Allí esta mi abuela. Me quedé sorprendido, lo cierto es que no entendía nada. Mi abuela, continuo ella, era la persona que más he querido en este mundo.
Sentí el impulso de cogerle de la mano y ella no puso ningún impedimento, allí permanecimos un largo tiempo en silencio hasta que me volvió a mirar. Hace un rato he tirado sus cenizas a este río que amamos. Solíamos venir muchas tardes a sentarnos a su orilla y entonces ella me contaba historias de su vida.
La quería tanto...
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