jueves, 14 de noviembre de 2024

Era de provincias.

Desde pequeño su madre se lo hizo saber. 

El día en que su padre habló con el profesor del pueblo  y le recomendó ir a la escuela de trabajo se sintió dichoso. Será un excelente mecánico, concluyó este, mientras le acariciaba fuertemente la cabeza.

Cuando pisó aquella escuela noto que le faltaba el aire, aquellos primeros días empeñados en manejar una sierra y una lima le apesadumbraron, le hacían añorar el silencio de la nada, el hablar de las cosas.

El tercer año dijo basta, era un bicho raro en aquella escuela. Mientras él devoraba libros en un rincón del patio, sus compañeros hablaban de fútbol y de chicas detrás de caladas de cigarros riéndose de él.

Aquella no era su vida, no era su mundo.

Sintió como una aguja el disgusto de su madre, las miradas hirientes de su padre, pero era su vida. Incluso aguanto con pesar aquella palabra de afeminado que salió involuntariamente de la boca de su padre. 

Solo pensó en bajar sus ojos y sentir como le inundaba la tristeza.

La hermana de su madre lo busco y le ofreció su hombro, sabes, le dijo, yo siento lo mismo que tú, pero no tuve el suficiente valor para revelarme. Después de una conversación inundada de lágrimas y de miradas lo decidió.

Cogió el poco dinero que tenía y lo junto con el que le había prestado su tía, monto en aquel autobús y se marchó. Aquella temporada fue terrible, innumerables veces estuvo tentado de volver pero aguanto.

Aquella mujer le marcó el camino, lo encontró un día en la calle ojeroso, terriblemente delgado y se compadeció de él. Era la esposa del notario, una mujer ya entrada en años, pero a él le pareció su segunda madre.

Poco a poco lo metió a trabajar con su esposo y lo animó a estudiar. Solo quiero que me recites versos los martes, esta será mi única condición.

Unos años después falleció. 

Doña Ana, que así se llamaba, le rompió su ya maltrecho corazón. El marido que era conocedor de la estrecha relación que mantenían le animó a recitar unos versos el día en que le dieron sepultura.


Tantas veces fuiste mis ojos,

Tantas veces fuiste mi rutina

Que ahora se me nubla la vista

Y no sé qué hacer, que pensar, a quien amar


Me has dejado solo en este mundo

Te has llevado contigo la dulzura

Me has privado del aliento

De tus ojos, de tus palabras, de tu hermosura


Años más tarde ganó un conocido galardón con uno de sus libros. Cuando le entregaron el premio no nombró a sus padres allí presentes, solo tuvo una frase para agradecerlo.

"Este premio se lo debo a unos ojos que me acompañaron siempre, a una sonrisa y a una persona. Tú fuiste para mí el sosiego, las ganas de vivir y la belleza. 

Tú fuiste la responsable y a la vez la culpable de mi éxito"


Solo tú

sábado, 2 de noviembre de 2024

La llave


Todas las tardes volvía del trabajo por aquella calle. Recordaba que tenía una gran actividad pero desde hacía unos años empezaron a cerrar algunos comercios. La frenética actividad había dado paso a una cierta imagen de desamparo y abandono.

Esa tarde la recorría sin prisa, después de un intenso día de trabajo en la oficina quiso tomarse un tiempo antes de llegar a casa. Una casa, por cierto tristemente vacía.

Pasaba por delante de aquella puerta y la vio. Allí, insertada en la cerradura, una llave asomaba. Estaba adherida a un llavero con forma de cruz, una enorme cruz. En ella serigrafiado ponía “Ego in finem vitae”

Me pare y mire alrededor, estaba solo y anochecía. Todos los días pasaba por aquí y jamás me fijé en que existía una puerta. Lo cierto es que tampoco recuerdo lo que había aquí.

Unos periódicos oscurecidos por el sol tapaban los cristales. Saqué mi teléfono y con su luz intente observar con más detalle, pero no fui capaz de hacerlo. 

Perplejo así la llave y la giré empujando la puerta.

Me sorprendí por mi audacia y a la vez por mi poca cabeza, ¿Qué se me había perdido a mí allí? Me asomé y alumbre con mi teléfono. Fue increíble, parecía que me había trasladado a otro mundo.

Era una sala inmensa llena de antiguo mobiliario. Si no hubiera sido porque estaba allí hubiera pensado que aquello era una broma. Di un par de pasos, hacía un frío helador que no se correspondía con la suave temperatura que había en la calle, será por estar cerrada, pensé.

Apague la luz y deje que mis ojos se acostumbran. Entraba una tenue luz por las ventanas que cada vez me pareció mayor. Avance hacia el fondo, de repente descubrí una puerta rodeada de una tenue franja de luz que variaba al ritmo de una vela.

Aunque mi razón me impulsaba a marcharme una maravillosa sensación me empujaba hacia aquella luz. Poco a poco avanzaba sintiendo mi corazón golpear cada vez con más fuerza mi pecho. Estaba a punto de llegar a ella cuando sentí que algo me tocaba el hombro, gire mi cabeza y…


Unos días más tarde, al llegar los obreros a aquel local para comenzar unas obras se encontraron una macabra imagen. Un cuerpo yacía asido por el hombro con una de las estanterías. La expresión de sus ojos era de terror y tenía todos sus miembros completamente ajados. Puertas y ventanas estaban tapiadas por lo que no se explicaron por dónde había podido entrar.

La policía que acudió se quedó perpleja, otra cosa inexplicable, murmuró uno de sus compañeros, desde que cerraron esta casa hace unos años hemos tenido varios casos así.  


Se metió las manos en los bolsillos y se marchó.