miércoles, 18 de septiembre de 2024

Esa falda azul


Tú llevabas una falda azul, recuerdo que hacía un calor terrible, y estabas bellísima….

Semanas, quizás meses, había estado planeando este momento pero una vez más esa mirada tuya me desarmó. 

Hacía un par de años que la jubilación había llamado a mi puerta. Recuerdo ese vértigo cuando me lo anunciaron, mi trabajo era mi vida y creía que no sabría hacer nada más.

Busque mil aficiones, incluso pase por mi antigua oficina en busca de un consejo, un consejo que quería dar pero nadie quería recibir, esa sensación de apartamiento fue cruel. Mire a mis antiguos compañeros idolatrando mi situación, una situación que yo odiaba…  No los entendería nunca.

Escape atenazado por la ira, una ira que entendía bien ya que la había soportado durante los últimos años mientras giraba la cabeza y contemplaba un grupo de personas escondiéndose en un móvil, en un periódico, en cualquier cosa que les hiciera sentirse ocupados.

Empezaba a anochecer, cruzaba la calle y te vi. Sobria, serena, elegante. Me quede entusiasmado ante tus movimientos. Tu melena ondulada intentaba engañar al viento, tus ojos, creí morir al verlos, me recordaron el mar.

Al momento tropezaste, jamás podré agradecer tanto al destino, y allí estaba yo dispuesto a ayudarte. Unas palabras, tu maravilloso aroma, tu mirada, sentí que acababa de morir por ti en este instante.

Llevaba casi cuarenta años trabajando en aquella empresa. Mis padres querían que estudiara mecánica en la escuela de trabajo de mi pueblo pero el segundo año mi madre falleció y tuve que ponerme a trabajar con mi padre. De aquellos años de penurias recuerdo los gritos del dueño, el Sr. Tomás y las miradas derrotadas de mi padre.

Poco a poco llegué a encargado, la empresa comenzaba a crecer y empezaron a llegar maquinaria y herramientas nuevas. Mi padre se jubiló y a las pocas semanas murió. Solo vivía para mi trabajo y mes a mes, año a año, pasaba el tiempo. 

Me dijiste que te llamabas Diana y te sentí muy sola. Después me enteré de que tu marido te dejo por una secretaria de su trabajo, Siempre había soñado encontrar alguien así, por fin esta vida me premiaba o eso creí en aquellos momentos.

Poco a poco nos hicimos íntimos, nuestras sonrisas eran la envidia o la comidilla de mucha gente pero no nos importaban, yo era feliz a tu lado, solo había una nube en aquel maravilloso cielo. 

Supuse que era un hecho pasajero y no le preste mayor importancia.

Un día el dueño de la empresa me dijo que se jubilaba y que su puesto lo ocuparía su hijo. Cuando lo conocí me pareció un verdadero demonio pero ahora realmente sentía su marcha. El nuevo jefe estaba convencido de que la solución a cualquier problema pasaba por un buen marketing.

Un taller como el nuestro, le repetía yo una y otra vez, vive de nuestros clientes y por eso hay que mimarlos. Poco a poco fue llegando personal nuevo y los viejos quedamos relegados a la frustración y el ostracismo. Un día me dijo “tu puesto está en la oficina, no te quiero ver por abajo”

Aquellos cambios en la empresa no me gustaron. Mi trabajo era mi vida y estar allí encerrado en aquellas oficinas con un montón de gente que nunca veía trabajar me enfurecía. Un día vino el jefe y me dijo que quería hablar conmigo. 

En un par de meses ya estaba jubilado.

En una vida tan “complicada” como la del jubilado cualquier novedad era agradecida. Me propuse hacer todo lo que no me había dado tiempo durante “mi vida anterior”.

Así, espoleado por mi afán de cambios, modifique mi forma de vestir, mi comportamiento y poco a poco empezó a cambiar hasta mi carácter. Aquella persona afable y tranquila se estaba convirtiendo en un ser arrogante y nervioso, más preocupado por su imagen que por su vida.


Ayer Diana estaba esperándome en la puerta del gimnasio… jamás la volví a ver.