jueves, 28 de abril de 2022

La escultura


Coral era conservadora en un museo de Barcelona. Por su mesa pasaban las nuevas adquisiciones del museo y como metódica que era le gustaba analizarlas hasta en sus más pequeños detalles.

Una mañana recibió un busto bastante muy mal envuelto. A su petición de aclaraciones le informaron que era una figura que había aparecido esa misma mañana a su nombre en la puerta del museo.

Había dos cosas que le llamaron poderosamente la atención, la primera era la exquisitez de la talla, la segunda es que ese rostro le recordaba algo. Intento datarla para averiguar quién y cuándo la había realizado, pero no encontró información por ningún sitio. Por afinidad al estilo pensó situarla en la época neoclásica, pero había algo que la desconcertaba y no sabía qué.

Reviso las obras de Antonio Canova, lo cierto es que le recordaba poderosamente su estilo, estudio la obra de dos de sus más avanzados coetáneos: Damià Campeny y José Álvarez sin resultado.

Estuvo todo el día ensimismada en aquel busto, tanto que olvidó comer y casi respirar.

Al llegar la noche, turbada y molesta por la falta de resultados, se marchó a casa. Caminando no dejaba de darle vueltas a la imagen, yo la he visto en alguna parte, se repetía.

Así una y otra vez.

Una vez en casa una ducha la reconforto un poco. Secándose echo un vistazo a las fotos que había encima de la cómoda del salón. Al mirar una de ellas se quedó helada. Allí estaba ese rostro, en una foto de su infancia.

Excitada por el hallazgo, cogió la foto y llamo a su madre. En un minuto le explico todo esperando que le pudiera aclarar donde se realizó, pero no tuvo éxito. Otra vez estaba en la misma encrucijada.

Al día siguiente acudió al trabajo, al verla su compañero Ovidio le hizo notar las ojeras que había traído, ella le explico que casi no había dormido presa de la obsesión por encontrar una solución a este enigma. Los dos juntos bajaron a recepción a intentar averiguar algo más, hablaron con la persona que lo había encontrado e incluso miraron en los aledaños del museo para encontrar una pista, pero no resolvieron nada.

Pasaron varios días, Coral estaba a punto de rendirse cuando llego una carta a su nombre. Sorprendida la abrió. Dentro había un manuscrito que se refería a la estatua. Decía:

“Ese busto que tienes en tu poder ha pertenecido a tu familia desde hace muchos años. Sobre él reza una leyenda por la cual todas las mujeres que toquen ese rostro morirán antes de cumplir los 15 años. Es por esto que tu abuelo lo escondió a los pocos años de nacer tú.

Hasta hace unos días nadie sabía de su paradero, pero al hacer unas obras en la casa apareció escondido detrás de una pared, por eso te lo hice llegar.


Tú sabrás qué hacer con él”

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