martes, 17 de marzo de 2020

El reloj de Don Joaquín




Joaquín nació en una casa muy blanca y nunca quiso ser el pequeño de los tres hermanos. En aquel pequeño pueblo de una España rota y hundida ese era el menor de los problemas.

Cada día veía el mundo pasar desde la puerta de la casa, serio y retraído era muy dado a observar casi sin mirar. Madre estaba muchas horas fuera de casa haciendo mil y una faenas.

Desde su mundo infantil había mil cosas que no lograba entender, pero era obvio que algún día las sabría, la que más le preocupaba era no tener reloj. En la escuela muchos lo llevaban y lo miraban a todas horas. Aquel era un tema importante, lo hablaría con padre cuando volviera.

Otra de las cosas que le preocupaban era porque madre se ponía triste cuando le preguntaban cuándo volvería padre. Debería estar contenta pensando en que cuando terminara de trabajar estaría con nosotros…

Así, cada día pasaba lentamente, muchos vecinos le sonreían al pasar e incluso algunos le preguntaban que si no iba a jugar, ellos no entendían nada, el debía estar allí esperando, imagina si volvía padre y no había nadie, y además,  por suerte estando en ese lugar el día que lloviera no se mojaría.

Pero nunca llovía allí…

Fue creciendo poco a poco y un día que madre no había salido aun le preguntó por padre. Mira Joaquín- le dijo ella- tu padre está preso haciendo una iglesia a un señor que manda mucho  y hasta que no termine no volverá. Mi padre preso, no lo entendía ¿por qué? ¿qué había hecho?.

Desde aquel día entendió algunas frases de los compañeros de clase, frases que hasta aquel día había ignorado. Con el paso de los días fue poco a poco indagando, preguntó a sus hermanos, a la tía Julia, quería saber la historia de su padre. Pero se encontró con un muro, todo el mundo desaparecía  ante la pregunta.

Pasaron doce años, una noche dos señores con uniforme verde y largos bigotes fueron por la noche a casa. Le dijeron a mi madre que si padre aparecía por allí que fuera inmediatamente al cuartelillo. No quisieron decirle nada más.

La oí llorar toda la noche, tampoco entendía porque lloraba si volvía padre, a ver si volvía pronto porque así lo conocería, no recordaba ya ni su cara. Seguro que había perdido o se le había roto el reloj, por eso volvía tan tarde. Estaré aun mas pendiente de la puerta de ahora en adelante por si aparece.

Un par de meses más tarde apareció un hombre con barba en el pueblo. Esa misma tarde vino a hablar con madre que estaba cada día más triste y delgada, me hicieron salir a la calle. Pasados unos minutos aquel hombre se fue.

Madre nunca volvió a sonreír  y a partir de entonces vistió siempre de negro .

Todos los días ella me animaba a esperar en la puerta de casa y así lo hice durante un tiempo más, una mañana comprendí que nunca volvería. Aquel día juré que nunca llevaría reloj, un reloj que marca unas horas que son mentira y que nos hacen perder la esperanza.

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