Estaba ya anocheciendo y sintió frío, intento aclarar sus ideas sin resultado.
Desde esta mañana todo había cambiado y ya nada parecía lo mismo.
Recordó entonces lo que siempre le decía su abuela – “hijo mío nada es lo que parece” – Hoy aquella frase que tanto le gustaba repetir se había hecho realidad.
Jamás pensé que me enfrentaría a un hecho así….
Pero, no podía esperar más, había que actuar porque la situación lo necesitaba. Una, dos, tres veces movió la cabeza. Sus ojos buscaban alguna pista que le desentrañara una parte de aquel misterio.
Alargo su mano y temblando la toco, sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Poco a poco fue acariciando aquel cuerpo que estaba tendido en el suelo, al principio le pareció inerte pero de repente vio que abría los ojos.
Aquellos ojos le parecieron maravillosos, no podía dejar de mirarlos y se sintió interrogado por ellos. En ese momento comprendió la necesidad de hablarle, de saber algo más, pero la situación le bloqueaba la garganta. No sé qué hago aquí, pensó, necesito salir.
Pero aquellos ojos le atraían, le impedían marcharse. Ciérraselos y vete, pensó, pero sus manos no le obedecían. Al fin la había encontrado, era ella de verdad, la que durante toda su vida había buscado y la encontraba allí, no podía creerlo.
Suspiro y cerro aquella ventana. Poco a poco se fue marchando, cerró sus ojos y salió a la calle.
Nunca lo sabrá nadie.
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